Tren de vapor

El viejo tren de la sueños llega hasta un apeadero, suben los hombres de negro con enormes maletines llenos de esperanza marchita, de promesas imposibles de cumplir, dentro se extienden banderas azulonas con murmullos de alegría, banderas que exhiben solo cuatro letras, las cuatro letras del poder bancario, el tren se pone en marcha, en sus vagones se habla y se ríe pensando en el fértil futuro, los viajeros sin banderas miran con extrañeza los brindis y carcajadas, fuera, en el andén, los minieuristas descalifican a los eufóricos y les piden créditos para subsistir, estos disimulan prepotentes su ausencia de escrúpulos.

El tren comienza su marcha sobre viejas vías que se pretenden soterrar, el paisaje es desolador por el abandono existente, renqueante pero seguro se acerca ruidoso a un nuevo apeadero, en este no para el tren, la vieja locomotora debe hacer un esfuerzo y seguir trayecto cuesta arriba, el tren no para en ese apeadero porque esta desahuciado y las fuerzas disuasorias no permiten acercarse, ni tan siquiera ellos, sus beneficiarios pueden hacerlo. Los hombres de negro deben esperar a la próxima estación, no quieren ser vistos, el lento tren disminuye su agónica marcha para que estos, ya sin maletines, puedan bajar sin esfuerzo, las banderas azules con sus cuatro letras vuelven a ondear alegres vitoreando a los que marchan.

La algarabía es total, solo hace falta saber cómo utilizar el contenido de los maletines que allí han dejado…

Los pasajeros emulan a aquellos que pedían ayudas fuera del tren para salir del acoso económico, las banderas confundidas dejan de batirse en el aire fuera de las ventanas de los vagones, deben pensar con rapidez, los maletines y las banderas bancarias lo saben hacer, mientras unas sonríen a los que piden las otras envuelven a los maletines, los cobijan y piensan con avidez, al salir de una curva aprecian la sombra de algo que fue y mantiene su espíritu.

No, no es una aparición, se trata del pasado convertido en futuro, es la deyección de lo que fue una herramienta para confeccionar la burbuja, sí, exactamente, un desproyecto de constructora, pero aún conserva su sombra…, “podría ser útil”, piensan las banderas de las cuatro letras blancas, surgen las preguntas:

¿A qué dar dinero a quien lo necesita? Eso siempre ha generado dudas y demoras en los pagos.

Hacen subir a la sombra, la sientan y acicalan mientras piensan en clave de un mañana especulativo, la sombra se crece, el aroma a corrupción la hace fuerte.

El viejo tren lento y seguro, al fin, llega a una gran estación, el andén está lleno de gente, las luces permiten ver todo el movimiento humano, todos los allí presentes, convertidos en séquito la despiden, ella sube majestuosa, los aplausos la hacen más fuerte y vanidosa, ella saluda altiva y vigorosa. El tren, ya descansado, comienza nuevamente su agónica y fatigada marcha, la pasajera se sienta, los aplausos de cajas oscuras, de tarjetas oscuras, de manchas oscuras siguen a la máquina durante un buen rato. Son lo que se denomina aplausos especulativos. La figura aplaudida sigue creciendo y creciendo.

No pasa mucho tiempo, cuando las banderas azules que arropan y acunan los negros maletines se colocan en torno a la figura aumentada, las cuatro letras blancas de la banca conciben con atroz sutileza que la figura debe ser la guía, el espíritu de la constructora se postra a sus pies y lame las pétreas plantas, las gentes fuera del tren piden y piden, los pasajeros, vuelven a pedir, no hay tiempo, la presión interna y externa exige una decisión, la decisión comienza a sentirse, se hace densa y se convierte en ley, se expande y argumenta.

El humo de la locomotora llena todo el vagón de un recelo en forma de freno consistorial. No puede ser, hay una máxima a seguir, no deben existir cambios, los vecinos no pueden decidir.

El humo no sale, la indecisión se patentiza, llega el tren de los sueños a la próxima estación: Pelotazo Chamartín, allí no baja nadie, de allí no sube ningún pasajero, no importa, hay que hacer las cosas con visión de futuro, dice la ampulosa figura, el tren reanuda la marcha mal que bien, sigue y sigue y llega entre denso humo a la siguiente estación: Chanchullo Chamartín, en ella todo es soledad, nadie pensaría que es otra cosa que un aeropuerto sin uso, todo cemento, todo edificios, todo inutilidad, los pasajeros refunfuñan, esas estaciones no estaban en el itinerario previsto.

La máquina sigue su curso entre cemento y hierros, la próxima estación anunciada es: Burbuja Inmobiliaria, los viajeros gritan, pero en la estación no hay nadie, por muy liberal que sea, nadie que les pueda escuchar, se le exige premura a la máquina para que salga de esa estación, el renqueante tren sigue recorriendo las vías nuevas, solo queda una estación para llegar al final de esa derivada incoherente, ya queda menos, se aprecia el final del oscuro túnel, ya llega mientras los viajeros alborotan y marean a las banderas, a los maletines y casi perturban a la figura, al fin la última estación: Rescate Bancario.

Los que allí están sulfurados expanden su griterío, las banderas arropan ahora a la figura que les sacará del atolladero, una vez más, las grandes figuras saben sacar de apuros a las banderas bancarias.

Los viajeros se quedan en un tren parado, la máquina ya no da para más, insultan e increpan a los que de allí se bajan con solemne dignidad.

Allí no ha pasado nada, nadie ha visto nada, solo un túnel y unas vías, unas estaciones desafortunadas, 20 años de impasse, nadie es adivino, y menos la gran figura.