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En una mañana inusual en el mes de noviembre en Madrid de sol y temperatura primaveral, un grupo de vecinos/as de Prosperidad iniciamos un interesante recorrido, desde la Plaza de Tirso de Molina, hasta Antón Martín.

El grupo se detuvo en la Plaza de Tirso de Molina, construida sobre las ruinas del antiguo Convento de la Merced, que desapareció con la desamortización de Mendizábal, en 1836. Primero se tiró la Iglesia y el convento lo tomó la Sociedad Española dedicada a las Artes. En 1.880 pasó al Ministerio de Fomento. Ante las continuas quejas de los vecinos, Salustiano Olózaga, alcalde de Madrid, limpió la Plaza, a la que se puso el nombre de Plaza del Progreso. Después de la guerra civil, se retiró la estatua de Mendízabal.

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El convento tenía un pequeño cementerio en dónde se enterraba a los monjes, y que fue descubierto cuando comenzaron las obras del metro de la línea 1. Al no ponerse de acuerdo las autoridades sobre qué hacer con él decidieron taparlo y dejarlo en los muros de los andenes.

También en la Plaza se encuentra el teatro Nuevo Apolo, que en los años 23-24 era cine y/o teatro Progreso
La Plaza, cambió de nombre pasando a llamarse de Tirso de Molina dramaturgo de la edad de oro de las Letras, que fue uno de los frailes que habitó en el antiguo Convento de la Merced. Autor de una extensa obra literaria en la que cultivó todos los géneros, incluido el dramático. Poseía una formación intelectual, humanística y teológica mayor que la de Lope de Vega, así como una capacidad de reflexión mayor.

La visita avanzó por la Calle Magdalena, en dónde se encuentran una serie de palacios, entre ellos el del Duque de Alba, en la pequeña plaza del mismo nombre, que se está cayendo, sobre la parte de atrás del Colegio Imperial, al lado del Instituto de San Isidro. Frente a él se ha restaurado el Café Duque de Alba y Home LIDEL, actualmente de propiedad privada.

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Frontera del distrito Centro está Lavapiés. Eran los barrios bajos de la capital, el nombre viene de “lavarse los pies”, de lo que hablaron, D. Ramón de la Cruz y Moratinos. El origen podría haber sido la judería, en la que se reunían los judíos conversos expulsados del centro de Madrid, teoría avalada por el hecho de que la Iglesia de San Lorenzo, inicialmente fue una sinagoga. El nombre de “manolos”, por el que se conocía a los que allí habitaban, refrenda la idea de que eran conversos.

A lo largo de la calle Magdalena hay una serie de palacios, del siglo XVIII, reconocidos porque los balcones no tienen “rodapié”.

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En la calle de la Cabeza, había una taberna del “Ava pies”. Los sótanos fueron cárcel de la Corona o de la Inquisición, desde finales del siglo XVIIII.

El nombre de la calle, tiene una macabra historia, durante el reinado de Felipe III, vivía allí un rico sacerdote y su criado portugués, que según la leyenda VI, decidió decapitar a su amo, robarle y huir a Portugal; más tarde regresó a Madrid, le descubrieron “con la cabeza de su amo”, que decía correspondía a la de un cordero. Después de la sorpresa, confesó su crimen y fue ejecutado en la horca instalada en la Plaza Mayor de la Villa.

Continuando por la calle de la Magdalena, en el número 6, murió Alberto Aguilera, que fue alcalde de Madrid, y vivió Miguel de Cervantes.

El Palacio de Perales, otro de los edificios castizos, al comienzo de la calle Magdalena, esquina con la de la Cabeza, tiene una portada churrigueresca, obra de Pedro de Ribera, en el siglo XVIII. Fue asaltado en 1808, por el pueblo madrileño, que al intentar armarse para la defensa de la ciudad ante la invasión de las tropas dirigidas por Napoleón Bonaparte, descubrieron que la pólvora que les repartían eran sacos de arena. Capitaneados, según Rápide, por Pepa la Naranjera, entraron en el palacio y dieron muerte al regidor de la villa, el Marqués de Perales. Convertido en uno de los cuarteles del barrio, sólo se conserva la escalera, única de la época. A mediados del siglo XX rehabilitaron el Palacio pasando a ser la sede de la Hemeroteca Nacional. Actualmente ha sido acondicionado y desde el 2002 está la Filmoteca Nacional.

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Se cuenta que no lejos de los callejones que rodeaban el palacio del marqués de Perales, estuvo la "vicaría del café de Numancia o de la Magdalena, escondrijo de galantería y tapujo", punto de reunión de truhanes, y otros ‘nobles señores’ del barrio.

En ese edificio, usado en tiempo de Benito Pérez Galdós como cuadra y cochera, se rodaron a finales del siglo XX algunas escenas de la popular serie de televisión Fortunata y Jacinta, conocida novela del mencionado escritor canario.

En la calle Cañizares se encuentra uno de los edificios con más leyendas de “habitantes fantasmagóricos”, palacete de 1800, que a pesar de varias restauraciones conserva su patio interior, y los distintos pisos que dan con una gran balconada al mismo patio. Actualmente es el Hostal Cat´s, que está nuevamente en venta.

Continuando por la misma calle se llega al oratorio, del Santo Cristo del Olivar, conocido también como oratorio del Olivar, situado en el, nº 4 de la calle Cañizares, casi enfrente de la iglesia de San Sebastián. Se remonta a comienzos del siglo XVII. El templo, sufrió numerosos expolios durante la guerra de la Independencia. Conserva como obras de arte, el Santo Cristo de la Fe, de Manuel Pereira y la imagen de la Virgen del Rosario de Luis Salvador Carmona. El oratorio tenía, además otras dos esculturas más de Carmona: una Piedad y un Cristo azotado; ambas desaparecieron durante la Guerra civil y solo se conocen por fotografías antiguas.

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Antes de urbanizarse, toda la zona del alto Lavapiés, dícen los cronistas que la calle del Olivar, que desciende desde la Calle de la Magdalena hasta la Plaza de Lavapiés era una colina poblada por un extenso olivar, dato plausible dada la cercanía de la judería madrileña, que llegaba hasta el santuario de la Virgen de Atocha. En ella estaba La ermita del Cristo de la Oliva conocida popularmente como humilladero de la Oliva. Su origen, se remonta al comienzo de la primera mitad del siglo XVI.

La ermita desapareció en el siglo XIX. La imagen que poseía en su interior: el Cristo de la Oliva, fue muy admirado en los siglos XVII y XVIII. La ermita era propiedad de la ciudad de Madrid, y se construyó con las limosnas ofrecidas por los vecinos. Se conserva la leyenda de tradición católica de la supuesta profanación en 1564 del crucifijo que coronaba el viacrucis en lo alto de la cuesta. Atribuye la leyenda a Felipe II el gesto piadoso de ordenar que la corte vistiese de luto por ello, y apremió al cardenal arzobispo de Toledo a que buscase un artista que recompusiera la imagen y se llevase en solemne procesión al convento de Atocha y de allí a la ermita reedificada en 1598 que tomaría el nombre de ermita del Cristo de la Oliva.

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Una de las primeras casas que se construyeron en esta calle, desplazando el fértil olivar hasta hacerlo desaparecer por completo, fue la de Eugenio Rosete, que más tarde compraría la Congregación de San Pedro de los Naturales, con la herencia de Calderón de la Barca.

Aunque no se ha confirmado, Galdós estuvo en una pensión del popular barrio de Lavapiés, de lo que queda constancia -por su diario y por el contenido de sus novelas. Fue un gran paseante y mediano sociólogo del laberinto del ‘viejo Avapiés’. En esta calle también vivió Cervantes.

Aquí se desarrolló parte de la historia de Julio Camino, cuando vino a estudiar medicina. Más tarde fue famoso por utilizar la hipnosis para el tratamiento de la locura, médico militar con gran influencia en la prevención de enfermedades en los cuarteles. Su hermano Felipe, que hizo farmacia, estuvo en la cárcel por sus malas gestiones, tomó el nombre literario de León Felipe. En la primera edición de su obra “La higuera maldita” dedicó un prólogo satírico a su hermano médico, “el médico X”, que ya en la segunda edición no aparece.

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Terminamos la calle Magdalena, en el número 38-40, en dónde se encontraba un Teatro de Variedades, en el terreno de un antiguo solar de juego de pelota,, Inaugurado a mediados del siglo XIX, en el que trabajaron grandes figuras de la comedia española, descrito como la “personificación del género chico, y en él tuvo gran éxito el “teatro por horas”. La noche del 28 de enero de 1888, el fuego destruyó el local, y no volvió a reedificarse.

Y así llegamos a la calle Atocha, a la altura de Antón Martín, cuya crónica continuará en una segunda parte.