La ajustada victoria de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España en funciones y secretario general del PSOE, en la constitución de las Cortes Generales pone en valor que él es el único candidato con posibilidades de no abocarnos a una repetición electoral como regalo navideño. Controlar la presidencia, pero sobre todo la Mesa del Congreso, era de vital importancia, ya que de ella depende en gran parte el trabajo parlamentario que se lleva a cabo en la Cámara Baja. Pero lo que ahora parece el escenario más probable, hace unos meses ni los más optimistas lo veían posible.

Recordemos que Sánchez había tomado la arriesgada decisión de adelantar las elecciones generales tras la hecatombe de las autonómicas, en las que únicamente retuvo Asturias, Navarra y Castilla-La Mancha. Esto, a día de hoy, puede verse como una jugada maestra y un nuevo capítulo de su manual de resistencia, pero lo cierto es que, a posteriori, todos somos sabios. Y si hacemos un análisis de lo ocurrido, veremos cómo esta decisión es contraria a lo que la ciencia política enseña sobre el comportamiento del votante.

Para recopilar los datos de las principales empresas encuestadoras en los meses previos a las elecciones generales se ha utilizado la técnica de raspado web o web scrapping.

La efímera luna de miel de Feijóo

El efecto luna de miel es el del aumento de la popularidad de un candidato tras un éxito electoral. Esta premisa es sencilla y aparentemente de sentido común; si le ha ido mal en las elecciones, el marco mental en la población será el de refuerzo del voto para el contrario, en este caso la derecha del Partido Popular y Vox. Como este efecto puede diluirse con el paso del tiempo, posponer las elecciones generales lo máximo posible hubiese sido lo correcto.

 

Según las encuestas, la opinión pública justo después de las elecciones autonómicas daba a entender que Alberto Núñez Feijóo, candidato a la presidencia del Gobierno de España por el Partido Popular, disfrutaría de una luna de miel. El gráfico anterior recoge la estimación de voto media del PP y del PSOE tanto antes como después de las elecciones autonómicas y hasta las elecciones generales.

El panorama previo era poco alentador para el gobierno, con una distancia media favorable al PP de 6 puntos y con un PSOE que no llegaba al 25 % de estimación de voto. Esto se agrava tras las elecciones autonómicas, que incrementan la distancia a casi 10 puntos en la semana 22, por el mencionado efecto luna de miel. La arriesgada jugada de Sánchez parecía haberle salido mal, y Feijóo y su equipo confiaban incluso en una mayoría absoluta si se mantenía esa tendencia creciente.

Pero el marco mediático que había logrado imponer Sánchez era muy distinto al de las autonómicas, aunque muy similar al del 2019: el PP pacta con la ultraderecha donde puede y lo hará a nivel nacional si dan los números. Este mensaje situó la campaña en el terreno emocional, el cual puede decantar la balanza en una campaña electoral y en este caso provocó un miedo palpable en el votante progresista.

Todo ello con el telón de fondo de los pactos del PP y Vox en algunas autonomías, destacando el caso de María Guardiola en Extremadura y su antológica recogida de cable.

El miedo como factor movilizador facilitó que el PSOE aumentase su estimación de voto hasta una media del 28 % desde la semana 25 y redujese su diferencia con el PP a 5 puntos. Este movimiento “antinatura”, logrado con la movilización de parte del electorado progresista, no era sin embargo suficiente.

Del miedo a la esperanza

En este contexto, un nuevo ingrediente se une al cóctel emocional: la esperanza por la remontada, algo necesario para activar a parte del electorado.

Es decir, pasamos del marco autonómico de absoluta derrota para el progresismo a otro en el que es posible, aunque poco probable, la remontada, ya que la mayoría de las encuestas seguían dando una mayoría absoluta, pero mucho más ajustada, al PP y Vox.

Las encuestas acertaron así con la movilización del votante conservador y con el consiguiente incremento del voto al PP, pero se quedaron cortas a la hora de identificar la remontada socialista.

 

En el gráfico se puede ver que la distancia que seguían dando las encuestas en la última semana de las elecciones era de casi 6 puntos, con un PSOE en el 28,2 % de estimación de voto. Es decir, el PSOE sería capaz de repetir el resultado electoral obtenido en el 2019, pero esto sería insuficiente dada la gran movilización de los populares.

Como se puede observar analizando el resultado oficial, las encuestas acertaron con el margen de error del PP, pero no así con el del PSOE, cosechando este un 31,7 % del voto y quedando a solo 1,4 puntos del PP. Esto supone una diferencia de 3,5 puntos respecto a la media de las encuestas de la semana anterior, por lo que estas no fueron capaces de captar la gran movilización emocional en torno a Pedro Sánchez, motivada ya fuera por el miedo o por la esperanza de victoria.

Nuevamente, Pedro Sánchez había conseguido ir a contracorriente de la mayoría de las encuestadoras, de los márgenes de error (+-2,5), de la luna de miel de Feijóo y, en general, de las premisas de la ciencia política y de la teoría sobre comportamiento electoral. Una nueva sentencia de muerte esquivada por Sánchez, que se suma a su larga y accidentada trayectoria política y que muestra, de nuevo, que las bases teóricas y los datos son solo una herramienta más en el juego político, pero no las únicas. Aunque, sobre todo, lo que se constata es que con Pedro Sánchez estamos ante un verdadero “perro viejo de la política”.

Publicado antes en The Conversation

 

Susana Aguilar

Catedrática Sociología Política, Universidad Complutense de Madrid

Francisco Calvo Álvarez

Analista de datos y Politólogo, Universidad Carlos III

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