Un repaso por los métodos con los que el Ayuntamiento de Almeida ha ahogado el tejido asociativo de la capital. Pese al boicot de los sucesivos gobiernos de la derecha en Madrid, la participación ciudadana resiste.

En diciembre de 1987, las asociaciones de vecinos y el Ayuntamiento de Madrid firmaron un protocolo en el que se reconocía la histórica labor del movimiento vecinal en la mejora del desarrollo urbano y de la calidad de vida de los ciudadanos; se puso de relieve la importancia de la intervención de los vecinos en los asuntos municipales y se creó un mecanismo institucional para consolidar esta relación.

Desde aquello han pasado 36 años de los que 26 ha gobernado la derecha en el Ayuntamiento de Madrid. Ahora, la participación de los ciudadanos en los asuntos municipales tiene que ver con este modelo que es un caso real:

Margarita Ventura es vecina de Chamartín, un distrito de la zona norte, el de Florentino Pérez, el del Bernabéu y el de una de las mayores locuras especulativas de los últimos tiempos que se llevará a cabo en forma de megaparking si los ciudadanos no lo impiden. En ello están. Pero Ventura no vive en la Castellana, sino en el popular barrio de Prosperidad y en una calle que no tiene un solo árbol, una calle sin sombras y asfixiante en los veranos del cambio climático que ya están aquí. En 2019, esta vecina, con el apoyo de 250 firmas, logró que el Pleno de la Junta del Distrito de Chamartín aprobara por unanimidad una propuesta para plantar árboles en su calle. Dos años después, en 2021, la calle seguía sin sombras, porque el Ayuntamiento no había movido ni un dedo para ejecutar la propuesta aprobada. La oposición (Más Madrid) pregunta entonces en otro Pleno de Distrito por los árboles prometidos. La respuesta dejó atónito a todo el mundo: “La concejala presidente nos dijo que no habíamos explicado bien a los vecinos que los árboles quitarían plazas de aparcamiento, y que teníamos que volver a recoger firmas explicando claramente lo de los coches”. A los pocos meses, la vecina regresa al Pleno de Distrito, esta vez con 400 firmas; pero el Partido Popular vuelve a responder con otro innovador argumento, que esta vez consiste en decir que no se fían de las firmas y exigen que se acredite que se trata en todos los casos de vecinos de la calle sin árboles (“la calle no es solo de los que tienen un piso en ella; es de los que trabajan cerca o de los que pasan por ella”, decía Margarita exhausta). Pero esto no termina aquí; al poco tiempo, Margarita Ventura recibe una llamada de la Junta de Distrito: “Que ha dicho la presidenta concejala que vaya usted portal por portal hablando con los presidentes de las comunidades de vecinos para ver quién quiere árboles y quién no”. Ahí la que se plantó fue Margarita Ventura; su calle sigue sin árboles.

Dicen los dirigentes vecinales que durante el mandato de Almeida la confrontación con los vecinos ha cruzado líneas rojas

Dicen los dirigentes vecinales que los mecanismos para ir ahogando el movimiento y la participación ciudadana han ido en aumento con los sucesivos gobiernos de la derecha en la ciudad, pero que, durante el mandato de José Luis Almeida, actual alcalde, la confrontación con los vecinos ha cruzado líneas hasta ahora rojas, y en ello, aseguran, algo o mucho tiene que ver la obsesión por eliminar todo lo que suene a “Carmena”.

Lo que ha quedado claro en estos cuatro años de alcaldía de Almeida es que el equipo de gobierno de Madrid (PP y C’s) dispone de un abanico de elaboradas recetas para que no pueda prosperar nada que suene a participación, movimiento, asociación, vecinos, tejido, barrio. Abramos el abanico, conozcamos estas recetas. Nos vamos a encontrar historias como la de hace dos párrafos, la del truco de pedir trámites y más trámites para marear a los vecinos y que estos terminen por desistir de una queja o una propuesta.

  La siguiente receta es un poco más elaborada y consiste en tirar de exigencias técnicas que acaban convirtiéndose en limitaciones técnicas, y que han dado muy buen resultado, por ejemplo, en el caso de las fiestas populares de los barrios, festejos que llegaron en los años de la Transición gracias al empeño y al esfuerzo de los vecinos. Un buen ejemplo es lo que ha pasado en Palomeras Bajas, distrito de Vallecas, tal y como relata Pepe Molina, un histórico dirigente vecinal desde 1968, y presidente de la Asociación de Palomeras Sureste, en la que milita desde hace 35 años. “Lo de las fiestas es muy significativo, porque es un intento de cargarse al movimiento vecinal y quitarle el protagonismo que ha tenido simplemente con medidas técnicas; basta pedir el informe de un arquitecto para poner un escenario en la calle, exigir un informe de iluminación para enganchar con la luz y cosas de ese tipo que te van haciendo la vida imposible. Es decir, son una serie de requisitos muy técnicos, que en teoría los tendría que asumir el ayuntamiento, pero se los van cargando al movimiento vecinal que es muy limitado en esto, y, al final, la gente se lo piensa dos veces antes de hacer algo. Últimamente se han dejado de hacer muchas fiestas por esta razón”.

Pepe Molina dice que esto es intención política, que pedir un informe técnico no es algo inocente. “Quieren cargarse el movimiento vecinal, siempre lo han querido, ha sido un principio de Esperanza Aguirre, y a partir de ahí, el resto de alcaldes o presidentes de la Comunidad han jugado a cargarse el movimiento vecinal, porque ellos creen que es una aportación de la izquierda al gobierno de la ciudad. Se lo toman como un ataque directo a su figura, les da miedo y lo que hacen es combatirlos para anularnos”.

Volvemos a nuestro abanico contra movimientos y participación vecinal y nos encontramos con uno de los métodos “más canallas”, en palabras de Pedro Casas, otra figura histórica, activista en la Asociación Vecinal de Carabanchel Alto desde hace 40 años. Consiste en bloquear o limitar el empleo de espacios públicos “Saben que impedir el uso de los centros públicos nos hace mucho daño. Ahora está prácticamente vetado el uso de los centros municipales para que se reúnan las asociaciones, y eso que están prácticamente inutilizados”.

Esta receta ha sido especialmente eficaz en el caso de los espacios municipales autogestionados. El método consiste en no renovar licencias y, así, ir cerrando espacios. Hablamos de centros vecinales en los que se ofrecía gratis o casi gratis clases de yoga, taichi, teatro, ballet, talleres de poesía, espacios de debate, programas de radio; cuentacuentos para niños, clubes de lectura, clases de alfabetización digital para mayores, proyectos de economía sostenible para inmigrantes, talleres de reforestación, grupos de consumo, huertos urbanos. “Han ido a saco contra los espacios autogestionados que han sido centros neurálgicos de una actividad solidaria y muy necesaria en determinadas zonas de la ciudad”, declara Nacho Murgui, que fue responsable de Coordinación Territorial y Asociaciones en el Ayuntamiento de Ahora Madrid y concejal de Más Madrid en la actualidad. Es importante señalar que el trabajo en estos centros era puro voluntariado, nunca remunerado.

La lista de centros autogestionados cerrados por Almeida y Begoña Villacís (responsable del área de participación en el Ayuntamiento) es el reflejo de lo que le importa al alcalde y a su equipo la vida de las personas en los barrios. Ahí va la lista: La Casa del Cura, en el barrio de Malasaña, desalojada hace dos meses; La Gasolinera, en el barrio de la Guindalera; el Solar Maravillas, entre Malasaña y la Plaza de España, que desalojaron a las bravas porque iban a hacer un centro de salud y ahí sigue todo, abandonado y hecho una pena; el Espacio Eva, en Arganzuela; la Casa de la Cultura, en Chamberí, la Casa de Asociaciones, en Hortaleza; el Palomar, en Las Tablas; el Centro Social, en San Blas; la Nave de Daoiz y Velarde, en Salamanca, ahora cedida al Teatro Real; la Casa de las Asociaciones, en Puente Vallecas; hay otros, como la Ingobernable, que no era una cesión del Ayuntamiento, pero sí centro autogestionado; y el  Campus Asociativo de la Casa de Campo, en el que Carmena invirtió ocho millones de euros para acoger a diversas asociaciones, pero que nunca se llegó a poner en marcha porque Almeida, nada más llegar, tumbó el proyecto y, tres años después, se lo cedía a empresas tecnológicas; ahora es el Campus del Video Juego, aunque en realidad permanece cerrado casi todo el tiempo.

Un buen ejemplo para ver el peso que han tenido en sus barrios los espacios autogestionados es La Casa de la Cultura de Chamberí, que desde 2017 ofreció 3.000 actividades en las que participaron 40.000 personas, pandemia por medio. En 2021 tocaba la prórroga, pero se encontraron con un muro infranqueable. “El Ayuntamiento no quiso ni recibirnos. Pedimos la palabra en la Junta de Distrito y no nos la dieron. Nos movilizamos todo lo que pudimos, nos apoyó todo el barrio, pero aquello lo cerraron; estuvo un año cerrado y ahora se lo han dado, mediante adjudicación directa, a una empresa que tiene que ver con Inteligencia Artificial, que no sabemos muy bien qué es, porque está prácticamente vacío todos los días”, explica Blanca Gómez, presidenta de la Asociación Casa de la Cultura, de Chamberí.

En el Espacio Vecinal Arganzuela (EVA) pasó lo mismo que en Chamberí; en 2021 había que renovar la cesión, pero el Ayuntamiento consiguió que esto no ocurriera. Ahora, aquel espacio, que fue referente de una potente actividad en el barrio, es una especie de instalación a medio derruir o a medio hacer.

“EVA fue un espacio muy potente, en el que confluían grupos, asociaciones, colectivos, algo que la derecha ha demostrado sin complejos que no puede soportar. Para no renovarnos dijeron que lo necesitaban para hacer una estación del Samur, pero no han hecho nada y en este momento no tiene ningún uso”, expone Sacramento García-Rayo, comprometida con EVA desde sus inicios. “La apropiación de espacios genera pensamiento crítico, reflexión independiente, procesos de participación y empoderamiento de la ciudadanía. Esto es lo que genera un espacio autogestionado. Ellos no quieren personas independientes, no quieren personas que piensen, que haya un intercambio con el otro, les genera miedo, no lo pueden permitir. Ý van a por nosotros”, añade.

Pero, ¿por qué esa obsesión de la derecha por cargarse la participación ciudadana? Responde Enrique Villalobos, presidente de la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM). “Arrastran manías de la época franquista; solo conciben una forma de participación que es la participación no política, la que no cuestiona el funcionamiento de la ciudad; por eso se sienten muy cómodos con todo lo que se hace en la iglesia, con la gran mayoría de las asociaciones deportivas; la participación que se sale de ese esquema les molesta; y el movimiento vecinal es claramente un movimiento político, aunque no partidista”.

“La política que se ha hecho en este periodo ha estado dirigida a acabar con cualquier cosa que se hubiera hecho en el periodo anterior, y eso ha sido un acuerdo entre los tres partidos (PP, C’s y Vox)  que, directa o indirectamente han gobernado, unas veces cediendo más y otras cediendo menos a las exigencias de Vox. Pero compartiendo la lógica de terminar con cualquier cosa que hubiera innovado el anterior gobierno municipal”, añade el presidente de la FRAVM.

Habría que explicar en qué consistía el tan mencionado modelo de participación de Carmena y para eso nadie mejor que Nacho Murgui, que tuvo mucho que ver con su puesta en marcha. “El objetivo era reconfigurar las relaciones entre la administración municipal y las vecinas y vecinos, entendiendo que en esa relación los vecinos no debían encontrar nunca un muro, sino un cauce. Y para que esa relación fuera fluida tenía que haber espacios de encuentro, como los foros locales, en los que los vecinos se incorporan a la toma de decisiones y a la elaboración de propuestas y de políticas públicas; y también la posibilidad de organizar de manera directa determinadas actividades, que para mí fue lo más bonito de los foros. Eran espacios de deliberación colectiva y de formulación de propuestas, que luego se debatían en los plenos. También estaban los presupuestos participativos, que eran otras vías que buscaban lo mismo”.

Sobre el rechazo de la derecha hacia los movimientos ciudadanos, Murgui argumenta que identifican la participación ciudadana como un adversario, como un instrumento para que sus enemigos tengan más poder. “Y un poco tienen razón, porque hay que asumir que la participación es una manera de repartir el poder y al que gobierna no le gusta repartir. No creo que haya ningún tipo de equivocación por su parte, tienen muy claro lo que significa la participación ciudadana; ellos entienden que el poder tiene que concentrarse en sus manos y toda pérdida de ese poder pone en peligro la defensa de los intereses que ellos sostienen”.

Volvemos al abanico de aniquilar el movimiento ciudadano y ahora le toca el turno a los presupuestos participativos y a los foros locales antes citados. Gloria Cavanna, otra veterana activista con décadas de militancia en la Asociación Vecinal Valle Inclán de Prosperidad, participó intensivamente en los foros locales: “Supusieron elaborar el tema de la participación en torno a los asuntos que interesaban y que importaban a los ciudadanos; existía la posibilidad de intervenir en los presupuestos locales, en aquello que te preocupaba, y tratarlo colectivamente. No consistía en quejas individuales. El ayuntamiento se acercó a los ciudadanos y no solamente para escuchar, sino también para atender y responder”.

El método que ha usado el ayuntamiento de Almeida para cargarse los foros locales se llama consejos de proximidad, una pantomima en la que la participación se da de arriba a abajo, porque todo está controlado por el equipo de gobierno, tal y como explica César Laso, miembro de la Asociación La Vecinal, de Ciudad Lineal: “Se podría resumir diciendo que lo han invertido todo. Antes se ponía el foco en una participación ciudadana de base, era el modelo de los foros locales. Con los consejos de proximidad de Almeida todo pivota en torno a un concejal del equipo de gobierno, que es el que dirige, coordina y controla esos consejos”. La mayor parte de las asociaciones vecinales han rehusado formar parte de los consejos de proximidad.

César Laso también ha saboreado la receta aplicada por el PP para neutralizar los presupuestos participativos, que consistían en convocatorias abiertas para financiar proyectos presentados por vecinos o colectivos. En este caso, la receta se basa en manipular y ejecutar a su manera las propuestas de los vecinos. La Vecinal consiguió que se aprobara su proyecto SOS Biodiversidad, que buscaba dar valor a los recursos naturales del barrio y fomentar la educación medioambiental. “Al final, lo han reducido todo a instalar pequeñas infraestructuras relacionadas con el medioambiente, como señalizaciones, casas de insectos, casas de pájaros. Nada que ver con la propuesta inicial”, explica Laso.

Cerramos ya el recetario para torturar al movimiento ciudadano que tanto ha usado el ayuntamiento de José Luis Martínez-Almeida. Y sí, ha hecho mucho daño a proyectos y propuestas esperanzadoras que estaban en marcha, y que iban haciendo la vida más feliz a cientos de miles de personas en todos los barrios de Madrid. Pero finalmente, la realidad es ésta:

Gloria Cavanna (Asociación Vecinal Valle Inclán): “Cada vez somos más, estamos más en la calle. Esto no quiere decir que las instituciones hayan favorecido la presencia de los colectivos en la calle. Esto se debe a que al encontrar menos hueco dentro de las instituciones, lo reclamamos fuera. Si las instituciones no te hacen caso, reclamas fuera de las instituciones”.

Pepe Molina (Asociación Vecinal Palomeras Bajas): “Llevan muchos años tratando de cargarse al movimiento vecinal y no lo han conseguido”.

Pedro Casas (Asociación Vecinal Carabanchel Alto): “Lo que ha surgido ahora es un movimiento vecinal sobre temas concretos; los vecinos saben que si tienen algún problema deben movilizarse, porque es la manera de que se solucione. Hay un cierto resurgir de la conciencia reivindicativa y luchadora”.

Enrique Villalobos (FRAVM): “Estamos en un momento en que el nivel de asociacionismo es muy intenso; 2023 ha sido el año con más asociadas en los 45 años de historia de la FRAVM. Hay casi trescientas asociaciones federadas. No creo ni de lejos que estemos en nuestro peor momento. Eso no significa que no tengamos problemas, tenemos un grave problema de envejecimiento, porque hay asociaciones que funcionan con las mismas personas que lo dieron todo en los primeros tiempos y ahí siguen. Lo bueno es que continúan surgiendo asociaciones superpotentes con una capacidad organizativa sorprendente. Y están haciendo un trabajazo”.

Como ejemplos para ilustrar la salud del movimiento vecinal podemos citar las dos grandes manifestaciones por la sanidad que colapsaron Madrid en noviembre y en febrero; la reciente consulta popular sobre la sanidad en la que han participado cerca de 400.000 madrileños; la lucha contra los cantones en varios barrios que está poniendo contra las cuerdas al alcalde; la oposición activa por parte de los vecinos al túnel y el macroparking del Bernabéu; el movimiento en contra de las cocinas fantasma, las protestas por el metro de San Sebastián de los Reyes.

Solo falta hablar del modelo de participación del PP. Lo explicó en un pleno la concejala presidenta del distrito de Margarita Ventura con estas palabras: “Yo tengo la puerta del despacho abierta”.

Manifestación en Chamartín para pedir un centro de especialidades médicas.  Años ochenta. / Archivo Asociación Vecinal Valle Inclán.

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