La vieja locomotora está en el andén 111.

La nueva máquina que tenía que poner en marcha al tren, no ha podido ponerse en funcionamiento, no estaba en uso, necesitaba muchos retoques en profundidad, sin duda habrá que esperar a otro momento, por tanto, sigue la vieja máquina en funciones, quejosa y renqueante haciendo el recorrido impreciso a su hora y en su momento, no deja de perder aceite, lanzar humo y hollín junto a vapor de agua a una atmósfera contaminada por la falta de energías limpias, es su vocación de inmovilismo.

La estación es un espacio oscuro, largo y angosto, solo iluminado por la luz de una luna que se esconde entre el marasmo de nubes que hay en el oscuro cielo.

Apenas una docena de estrellas se dejan ver, su luz es tenue, insuficiente para poder concebirlas como estrellas, astros o luceros, son luces viejas oxidadas por el pasado feliz y el presente ingrato.

Los andenes están vacíos, apenas hay pasajeros que esperan para subir a este tren de los sueños. Un solo reloj en el andén 111, marca la hora indeterminada en punto, ni adelanta ni atrasa, se vuelve a escuchar el agudo silbato de la locomotora, es tan agudo que parece un grito de pena que implora a un firmamento confuso.

Las viejas bielas chirrían cada vez que hacen rotar las ruedas sobre la destartalada vía.

Los vagones se encuentran vacíos, solo hay espectros que reconocen los aspectos de quienes los van a ocupar.

En primer lugar, el vagón con los espectros de la muerte y el desastre de un ayer no tan lejano como muchos quisiéramos.

Figuras desdichadas ululan en su interior, a muchos les son desconocidas: Licinio de la Fuente, Fraga Iribarne, Federico Silva Muñoz, Cruz Martínez Esteruelas, Laureano López Rodó, Gonzalo Fernández de la Mora, todos ministros de la dictadura y Enrique Thomas de Carranza, director general de Cultura.

Todos, como un solo hombre abrazaron la democracia y trasladaron sus ideologías presentes y pasadas a un futuro abierto a las incógnitas, con la creación de AP, Alianza Popular, la madre de un presente constante que se llama PP.

El inconveniente del tren de los sueños es que contiene retazos de la historia…., su memoria, acaso.

En el vagón se escuchan tiros apagados por el ruido de la máquina.

Dos de los líderes del nuevo partido AP estaban en el Consejo de Ministros el día que se firmaron los asesinatos de Salvador Puig Antich (2 de marzo de 1974) y los de J. L. Bravo, García Sanz y Humberto Baena (27 de septiembre de 1975)

Ahí, entre asientos desvencijados e impregnados de olor a sangre y pólvora, se mantiene ostentoso y grandilocuente el ruidoso coche. Sigue percibiendo el aroma en que los españoles confiaran en su diseño vital y tal y tal, al igual que lo hicieron sus creadores, sospechan que todos los españoles, en la actualidad, son admiradores del tirano.

La máquina renqueante se pone en marcha lentamente, casi imperceptible, tiene el combustible que ofrece graciablemente la gentil Alemania y sus aliados europeos.

Solo comenzar su marcha se acerca irresponsable y feliz una saca repleta de sobres que van rebosantes de esplendidas felicitaciones de futuro. Cada sobre con su dirección y sin remitente para no dejar pista alguna.

Según toma velocidad la decrépita locomotora, salen de los servicios del vagón aludido, un montón de seres místicos con enormes banderas de rojo ilusión que recuerdan a santos: San Tander, San Badell, San Bakia…

Todos en él van contentos, llevan la bendición de los jueces y prelados.

Los espectros se sujetan fuertemente a los mástiles, esos nombres les dan posibilidades para ejercer mañana al modo y forma que se hizo ayer, alguien, desde la máquina, recuerda la Ley Mordaza, la reforma laboral, el pacto de la vergüenza…, pero el humo que despide la locomotora le hace perder la visión real del asunto mientras llora sin saber muy bien el por qué.

Dentro de ese coche plagado de banderas crecientes, se escuchan las risas de muchos, que desde sus burbujas, construyen en su tejado: garajes, oficinas, chalés y apartamentos.

Una niña, entre convulsa y perdida, juega a la cuerda mientras vomita rencores con olor a pólvora y sangre.

La luna sigue escondida, como avergonzada de su luz, las estrellas solo se intuyen, la noche cerrada y austera se hace eco de las fanfarrias del coche plagado de banderas.

En los otros coches que le siguen…, bueno de esos ya hablaremos en otro momento.