El pasado 30 de Noviembre tuvo lugar en el local de la Asociación de Vecinos “Valle-Inclán” la presentación del libro de Luis Martínez de Velasco Responsabilidad ética y economía global, editorial Fundamentos, Madrid, 2017. La presentación corrió a cargo del propio autor y de quien esto escribe, epiloguista del libro. Tanto Luis como yo mismo queremos agradecer a los miembros de la Asociación la amable invitación y acogida de que fuimos objeto. La verdad es que reconforta encontrarse a gente tan interesada en la cultura y el pensamiento, a la vez que comprometida con la causa de las clases sociales más desfavorecidas, trabajadores pobres y desheredados de este mundo. Y muy consciente del momento crítico por el que está atravesando la vida vegetal, animal y humana en este planeta.

En este librito Luis acusa a los mercados capitalistas políticamente constituidos al modo neoliberal (vale decir: a las élites económicas y financieras transnacionales que toman entre bambalinas las decisiones políticas estratégicas que conforman la vida de miles de millones de seres vivos en este planeta) de ser, en última instancia, los responsables de las catástrofes humanas y climáticas que nos asolan: del hambre y la pobreza que sufren cientos de millones de personas; de la incalificable desigualdad económica creciente entre los países ricos y países pobres de este mundo; de la falaz promesa meritocrática de acuerdo con la que los agentes económicos comenzarían en pie de igualdad la carrera competitiva por los puestos de trabajo acordes con sus capacidades; de la paupérrima calidad de la vida, individual y social, generada por esa lucha competitiva sin tregua alguna, donde reina el egoísmo más atroz, la insolidaridad y la miseria psíquica, moral y social; de los fenómenos globales del terrorismo y las guerras, que no son ajenos a la profunda fractura económica mundial entre países ricos y países pobres; y, last but not lease, además de una en absoluto descartable hecatombe nuclear, de un crecimiento económico expansivo propio de un modo de producir capitalista que amenaza por tierra, mar y aire la continuidad de la vida en este planeta.

La propuesta alternativa de Luis apunta a una planificación democrática de la vida económico-social que incorpore los “denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) como límites económicos, éticos y ecológicos de las empresas del futuro”, según reza el subtítulo del libro. Estos ODS van desde el fin del hambre y la pobreza en el mundo hasta la paz y la justicia, pasando por la reducción de las desigualdades sociales y de género, una educación y una sanidad de calidad, agua potable, energía limpia, producción y consumo responsable y acción urgente y contundente contra el cambio climático, entre otros. Dichos ODS fueron acordados y firmados por 175 Estados el 22 de Abril de 2016, día de la Tierra.

Nada podría satisfacer más a Luis que ver una implementación política y social de los ODS que hundiera motivacionalmente sus raíces en una conciencia moral à la Kant, uno de los dos filósofos más importantes de la historia, de cuya obra Luis es un gran experto. Pero dada la dificultad difícilmente superable de la tarea, si más no, porque la propia posibilidad de la existencia de semejante conciencia es algo epistemológicamente indecidible, Luis se conformaría con que la acción política de los gobiernos, las empresas privadas y los ciudadanos obedeciera a motivos más prosaicos como son los meramente pragmáticos: cualquier cosa con tal de que se garantice la supervivencia de las especies vivas, incluida la nuestra.

A la presentación siguió un debate entretenido en el que salieron a relucir temas entrelazados a cual de todos más interesante: big data; inteligencia artificial; economía digital y bitcoin; robotización de los procesos productivos (¿deberían los robots pagar las cuotas a la Seguridad Socia? ) y, ceteris paribus, consiguiente aumento del paro y del trabajo ocioso; Renta Básica y/o socialización de los derechos de propiedad sobre máquinas y robots como alternativas, entre otras, al desamparo capitalista ( ¿se podría seguir hablando de capitalismo si ya no existiera fuerza de trabajo que produjera plusvalía a cambio de un salario? ) en que se vería sumida gran parte de la humanidad; ecologismo, pacifismo, feminismo y refugiados; la posibilidad o imposibilidad de universalizar una ética utilitarista de la empatía o compasión que sirviera de guía moral de una nueva economía alternativa a la que padecemos; etcétera.

Todos estos temas de candente actualidad convergen en un mismo problema, y es, a saber: cómo transitar de una economía injusta y despilfarradora a otra justa y sostenible, si es que esto último aún es posible (para una evaluación ecuánime del cambio climático, véase Cambio climático: faltan 19 años, breve y conciso artículo de Alejandro Nadal, de fácil acceso en Internet ). Se trata del intrincado problema teórico-histórico de la transición hacia un régimen de producción y distribución allende el capitalismo. Un modo de producir capitalista ( que va de consuno con su correspondiente modo de distribuir ) cuya dinámica histórica ha generado enormes hambrunas, regímenes coloniales semi-esclavistas, dos terribles guerras mundiales, gran abundancia de riqueza al lado de una espantosa pobreza (con decenas de millones de seres humanos aniquilados por el hambre ) y una vida en un planeta sobre la que se ciernen mortíferas amenazas nucleares y climáticas ( sin exculpar de la parte alícuota de responsabilidad que les corresponda en este último punto a la extinta URSS y a la actual República Popular China ).

Nadie puede predecir ni cuándo ni cómo desaparecerá el sistema capitalista. Nadie puede predecir tampoco cuál será la sociedad, la economía y la política que vendrían a reemplazarlo. Lo que sí sabemos es que esa nueva sociedad humana debería estar reconciliada consigo misma y con la naturaleza. Lo cual implica que su materialización constitucional económico-política sea fiel, al menos, a un marco ético-normativo como el que figura en el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde se fundamenta la libertad y la igualdad en el respeto a la dignidad de todos y cada uno de los seres humanos. Ningún ser humano ha de ser tratado, en efecto, como si fuera una mercancía a la que puede asignarse un precio, sino como un fin en sí mismo, que tiene valor por sí mismo, y no como un medio para lograr otro fin.

No podemos esperar que esa sociedad caiga del cielo, o que sea alumbrada por una suerte de determinismo tecnológico en virtud del cual, una vez roto el corsé de las relaciones sociales capitalistas de producción que mantiene constreñido el libre e imparable desarrollo de las fuerzas productivas (dicho sea ello en la jerga marxista clásica), habría de advenir una sociedad sin clases sociales gracias al inagotable manantial de la riqueza que ahora brotaría sin freno alguno. Pero esta sociedad de la abundancia, de “la producción por la producción”, chocaría probablemente con dos obstáculos que la tornarían, el uno, inviable y el otro, poco deseable. El primero viene dado por los célebres límites ecológicos y ambientales al crecimiento económico ( y más si es expansivo, como es el capitalista ), pues en un planeta de recursos finitos es físicamente imposible un consumo de materiales y de energía ilimitado. Y el segundo tiene que ver con los valores morales de la libertad y la felicidad, pues, como ya sabían los clásicos antiguos, la riqueza económica no puede nunca ser considerada como el fin último de la vida, como un fin en sí mismo, sino solo como un medio, como un instrumento al servicio de la vida de las personas (esta es, precisamente, una de las ideas-clave del pensamiento económico-político de Luis). Dicho de otra manera, la riqueza económica por sí sola no hace necesariamente mejores a los hombres y las mujeres, ni más libres, ni más fraternos, ni más felices.

Los ciudadanos libres, fraternos y felices, los buenos ciudadanos, son las personas virtuosas, las cuales, habiendo sido educadas o auto-educadas en el respeto a sí mismos, a su dignidad en tanto que seres humanos, están por eso mismo en las mejores condiciones para respetar a los demás. Puede que ello suene a utopismo excesivo. Pero cabe otra vía, menos inmediata y no tan espléndidamente moral como la acabada de referir. Si el respeto a la dignidad humana, propia y de los demás, implica la consecución de una libertad real para todos y cada uno de los seres humanos ( lo cual entraña a su vez la conquista de una relativa igualdad material, necesaria y suficiente para que nadie esté dominado por la voluntad de otro particular ), entonces no queda otra que luchar sin desmayo para construir las instituciones precisas para ello, señaladamente la institución socioeconómica y jurídico-política de las relaciones sociales de propiedad. Y ello, claro está, en la confianza de que tales instituciones vayan modelando y creando los mejores ciudadanos.

De este modo, podría aparecer una verdadera comunidad de personas fraternas, es decir, una sociedad en la que no haya dominación, ni real ni posible, de unas personas por otras, ni en el ámbito doméstico, ni en el civil, ni en el propiamente político. “¿Para qué estamos en el Universo?”, se pregunta Luis en uno de sus últimos libros. No, desde luego, contesta, para infligir dolor ni sufrimiento a nadie. Ni para generar desigualdad injusta, ni falta de libertad. Estamos en el mundo, sigue diciendo, para ser fraternos y felices. Esto es lo que daría máximo sentido a nuestras vidas, lo que por encima de cualquier otra cosa hace que la vida sea digna de ser vivida: esa lucha, aunque sea sin esperanza, por conseguir un mundo auténticamente civilizado y humano. Esa lucha es la que nos dignifica, la que hace que la vida merezca la pena. ¿ Cómo es posible que haya tanta gente que, pudiendo sumarse a ella, vayan a lo suyo, se muestren indiferentes ante la situación de tantos y tantos seres humanos afligidos y desamparados?

Esperemos que en los próximos meses podamos, al menos, debatir todos estos problemas y adherirnos a cualesquiera iniciativas solidarias que se propongan.

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