La puerta está medio abierta y el espejo me refleja tus movimientos. No hay inocencia en tu actitud. Te pones la braga y el sujetador, te fijas un liguero que coge las medias que deslizas lentamente por tus piernas arrogantes. Un vestido negro que no conozco cubre tu cuerpo. Me gustaría subirte la cremallera, pero me temblarían las manos como ahora mi cuerpo hundido en el sofá. Los tacones resaltan tu figura y terminas ensartando una flor roja en tu hombro izquierdo. Te pintas la boca del mismo color, buscas entre los zapatos, te pones los más altos. Te perfumas. Te miras al espejo.

Ahora te escapas de mi vista, ¿qué iras a coger? vuelves al centro de la habitación. Te cambias la peluca de fuego por otra más discreta Tampoco la conocía. Vuelves a mirarte, desenredas el pelo, colocas la cabeza hacia abajo y la subes de golpe, tu melena se despliega y cae ahuecada sobre tus hombros. Te pones de perfil, te veo como una sombra chinesca, una sonrisa de vanidad cruza tu cara.

Abres la puerta, me hago el dormido, respiro hondo, te acercas, me esfuerzo para que mis parpados no bailen. Paralizo mi cuerpo para silenciar los muelles del sofá. Tu perfume me lleva a callejones oscuros y cines baratos. Los ruidos de tus pulseras me suenan desafinados. Te percibo como una princesa fragmentada que va al encuentro de la noche, a un tugurio, allí donde dejarás que los clientes babeen contigo a cambio de unos billetes en tu escote.

Y al salir oigo que dices con desprecio .-puaj, qué tío¡ Me acerco a la ventana, coges un taxi, lanzas el foulard que cae con desgana por tu hombro y le dirás al chofer : Lléveme, al Babilonia y ejercitarás tu seducción con el taxista y si tienes suerte le traerás a casa y le meterás en la cama y os oiré gozar.

Pero si te miraras verías que empiezan las hostilidades en tu cuerpo, lo sé porque al salir has dado un traspiés y el tacón se te ha enganchado en una arruga de la alfombra, te han flojeado las piernas, y te ha costado un esfuerzo mantener el equilibrio. Y he visto tu trasero que se perdía en unos andares sin ritmo. Y verías un gordo sumiso que prepara tus cenas, maquilla los puntos rojos de tus brazos, y que desea ser el taxista que te recoja del Babilonia. Ahora danzas, tus movimientos activan los míos, cojo un libro de recetas, queso, nueces, lechuga. Y cuando vuelvas, espero íntegra, te prepararé una ensalada y si me aceptas te diré piensa en una playa del Caribe, amor mío.