Hay algo en el ambiente previo a la Semana Santa que, al menos a mí, me lleva a pensar en la resurrección. No en una resurrección específica, no, en las resurrecciones en general. Quizá la que más pasea por mis neuronas es aquella que parecía un eslogan en tiempos del medievo y que a base de constancia ha resultado parecer real.
Todo empezó el día en que un beato, el de Liébana, dio con la fórmula, en forma de aliado espiritual, para echar a los que, como tantos otros pueblos siglos antes, habían venido aquí y se habían quedado (algo parecido a lo que vivimos con el turismo europeo en nuestras costas). Aquellos que iban colonizando Hispania, pasito a pasito, con bases religiosas distintas a las del beato y que eso le sentaba muy mal. Es entonces cuando el mencionado de Liébana, que “beataba” en tierras cántabras, allá por el siglo IX, creó un superhéroe llamado Santiago. No existían los cómics ni la gente sabía leer, solo la transmisión oral tenía verdadera fuerza en aquellos años y se le ocurrió dar el cante con un himno llamado “O Dei Verbum”, donde le concedía la capacidad de defender a los católicos y las tierras que los invasores mahometanos usurpaban a los cristianos. El superhéroe fue encuadrado en la sección de mitos y leyendas del respetable, hasta tal punto llegó esa especie de sortilegio que, varios siglos después de lanzar el himno este astuto beato, en la tumba de los Reyes Católicos, que está en Granada, aparece grabado en mármol esta frase: “Mahometice secte prostratores et heretice pervicacie extintores, Fernandus Aragonum et Helisabetha Castellae, vir et uxor unánimes. Catholiciapallati, marmóreo clauduntor hoc tumulo”.
Que dicho en román paladino quedaría así: “Derribadores de la secta mahometana y extintores de la obstinación herética, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, marido y mujer, unidos en un solo ánimo, llamados Católicos, están encerrados en este sepulcro de mármol”.
Este magnífico beato extendió la idea en la Edad Media de que, el hecho de ser español significaba igualmente ser católico, la religión era una cuestión identitaria de su etnia, de igual forma, el santo protector Santiago, era el que se enfrentaba al mahometano, como presunta etnia opresora.
Los mitos forjan la esencia de los pueblos. Este patrón solo aparece, resucita, en las batallas por tierra, no mata moros en batallas navales, no mata a católicos en batallas contra otros europeos cristianos, pero sí llega a América y ayuda a Pizarro y Cortés.
Las reliquias de Santiago, antaño eran esas partes corporales de los santos que servían de reclamo a los creyentes y que algunos coleccionistas, como Felipe II, llegaron a tener más de 7.000. Ahora son, gracias al desarrollo de la mercadotecnia, el reclamo de turistas, a modo de “Año Jacobeo” y los diversos “Caminos de Santiago”.
La idea de la cupla indivisible de español – católico, se extendió, y los distintos gobernantes fortalecieron esa idea, tanto que se fundió en el acervo cultural del pueblo. De ahí proceden las resurrecciones de llevar a cabo la expulsión de judíos y moriscos.
Aunque, a decir verdad, las resurrecciones de estas continuadas expulsiones no están exentas de la más vil de las picardías en aquellos que manejaban los hilos de la gobernanza, como veremos después. La expulsión llevaba consigo la conquista del tesoro, la acumulación de los bienes raíces que los deportados no podían llevar consigo.
Los mitos forjan la esencia de los pueblos, se instalan en sus fiestas y en su ideario y los gobernantes los amplifican a su antojo e interés. La xenofobia está muy ligada a otros intereses personales de trabajadores de los gremios e intereses urbanísticos del floreciente capitalismo, aunque, de revote pueda causar estragos en la población la ausencia de mano de obra y escasez de trabajadores. Quizá prevenga revueltas y guerras internas, pero casi siempre, en su origen subyace un trasfondo económico al que se le barniza con apariencia de religiosidad. Siempre impera el control y el poder, de eso sabe mucho el tradicionalismo o nacionalismo basado en la religión.
Se denomina Theobiosis, a la simbiosis entre Dios y mundo, sin evolución, alejado de la laicidad y entroncada a la teocracia, subordinada a la política o viceversa (un nacionalcatolicismo intemporal o sempiterno).
Esta forma de entender a España y a sus habitantes trae consigo el inmovilismo que aleja del desarrollo cultural cuestiones como: tolerancia y democracia, opciones, principios o criterios que no se consideran, de ningún modo, españolas, desde Solón a Pericles y desde este hasta nuestros días. Es algo arraigado en otras partes del globo, pero no en España. Por tanto, la laicidad es algo ilógico en nuestra mentalidad patria donde impera la subordinación a la iglesia. El averroísmo lo expulsamos a Francia y resto de países, este sirvió para secularizar Europa. Sus principios aristotélicos calaron en el mundo cristiano como: Unidad de entendimiento. La verdad es una, pero existen muchas formas de llegar a ella, el alma es nominal y divina o la resurrección de los muertos no es posible, se extendieron en una Europa protestante, pero con un cristianismo menos exacerbado, menos anclado en el ayer tradicional que emerge de un Santiago protector, en exclusiva para los creyentes católicos. El fósil dogmático de Santiago ha inspirado a nuestro país durante más de XII siglos. Por principio, y muy a tener en cuenta, niega su ayuda a humanos con otra lengua que no sea la castellana, (que fue la que derrotó al invasor), ni a otra religión que no sea la católica, ni otro origen que el hispano. A pesar del continuo mestizaje, pluralidad lingüística y cultural que ha vestido nuestro mosaico patrio.
Otro que resucitó cada año por estas fechas es el gran literato del Siglo de Oro padre de El Quijote, de su mano diestra, don Miguel de Cervantes, de manera sensata nos hace saber en el preámbulo de este libro, que la historia que cuenta no es suya, pertenece a un historiador llamado Cide Hamete Benengli. Personaje inventado que sirve a sus propósitos de crítica social. El supuesto historiador es de origen “arábigo y manchego”.
Así deja claro que el pertenecer a un determinado lugar no tiene por qué eliminar, anular, su procedencia lingüística, genealógica y sus opciones de conciencia. El escritor refleja una cuidada neutralidad y, por tanto, apunta a las bases sociales del laicismo. El manuscrito lo encuentra, supuestamente, el autor en el Alcaná de Toledo, la calle donde se ubicaban los comercios judíos.
Ingeniosa manera de reivindicar la figura de los moriscos; en una judería, allá en Toledo, cuna de las tres culturas. Muestra al Estado como un estamento neutral, abierto a todas las opciones, religiones y de conciencia y nos señala el camino abierto que nunca supimos tomar como sociedad.
Los moriscos eran personas que ocupaban en casi todos los pueblos y ciudades, un estrato social más bajo que los cristianos viejos y que trabajaban en aquello que les permitían estos; agricultura, albañilería, alfarería y medicina, y que pocos años más tarde fueron obligados a salir de España, por una inexplicable orden dada por el nada fiable valido de Felipe III. Cervantes, dudo que, sin pretenderlo, rompiese con esa tradición de lengua y religión, para acreditar la españolidad de la persona. Un escrito hecho por un musulmán que es vendido en una calle comercial judía y comprada por un cristiano, allá en Toledo, donde armonizan las tres culturas. Eso es fruto de su liberalidad, el profundo respeto a la equidad que deben mantener los humanos.
En el capítulo IV del primer libro de El Quijote, titulado: “Del donoso escrutinio que el cura y el barbero hicieron de la librería de nuestro ingenioso hidalgo”. Vuelve a la crítica mesurada, sin aspavientos, pero acertada y directa, para esos buenos entendedores que le leyeron en cualquier época. En él critica duramente la imposición de la iglesia. De como Pedro Pérez, el cura y maese Nicolás, el barbero, sacan libros de su biblioteca, los censuran y mandan a la criada que los queme. Es fiel reflejo de las conspiraciones de los cristianos viejos que acusan, de la Inquisición que censura y ordena la hoguera a lo que creen hace mal a la sensatez de la religión, y es entonces cuando el brazo secular; la criada, obedece y acata el castigo que debe imponer sin reflexión alguna. Es fiel reflejo de lo que hacía la santa y piadosa Inquisición: la religión condenaba y el ejército cumplía sus órdenes. Nunca estuvieron unidos estos poderes por tanto tiempo como durante los siglos de actuación de la Inquisición contra el eretismo.
En el fondo el escritor se burla de los dogmas, se siente erasmista, reformador. La Iglesia que juzga y el Estado que acata han quedado obsoletos y debe hacer crítica. Bebe de la filosofía humanista que crea el Renacimiento, busca la reforma de algo más que la iglesia de su tiempo, desea un cambio social, unas mentalidades más reflexivas y basadas en la razón y el conocimiento.
Cervantes, nos muestra como el juego de la fantasía y la realidad, a veces, se confunden, o tal vez sirven para inspirarnos.
El apartarse de la cotidianidad y su lógica puede hacer que veamos el mundo con otra perspectiva, el escritor nos lo muestra una vez más en el capítulo XXIII, cuando don Quijote accede a la cueva de Montesinos, y este se le aparece y cuenta el suceso que ocurrió muchos años antes a su familia y a él mismo en su encuentro con el sabio Merlín. Mezcla realidad y ficción; la cueva existe, aunque nadie vive en ella y las Lagunas de Ruidera (su esposa) existen, aunque no fueran formadas por el llanto de sus hijas.
Tras un tiempo de reflexión en la oscuridad de la cueva, sale a la luz. Quizá se haga eco de un viaje iniciático, como el que, de alguna forma, el propio autor tuvo cuando comenzó a escribir su inmortal obra estando preso en la cueva de Medrano, ¿pudiera ser, así mismo, un guiño al mito de la Caverna, de Platón?
Diez años tardó en que viera la luz la segunda parte de el Quijote y su crítica mordaz e ironía siguieron intactas. En el capítulo LVIII, Sancho pregunta a don Quijote: “Querría vuestra merced me dijese que es la causa porque dicen los españoles cuando quieren batalla, invocando aquel San Diego Matamoros. “¡Santiago cierra España!” ¿Está por ventura España abierta y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta?
Responde Quijote: Simplicísimo eres, Sancho; mira que este gran caballero de la cruz bermeja háselo dado Dios a España por patrón y amparo suyo, especialmente en los rigurosos trances que con los moros los españoles (moros contra españoles) han tenido; u así, le invocan y llaman como defensor suyo en todas las batallas que acometen, y muchas veces le han visto visiblemente en ellas, derribando atropellando y matando agarenos escuadrones; y desta verdad te pudiera traer muchos ejemplos que en las verdaderas historias españolas se cuentan.
Esta sin razón de escuadrones agarenos muriendo a manos del santo, viene a colación por la barbaridad histórica que Francisco de Quevedo, escribió, bien pagado, por su mentiroso estudio, donde daba rienda suelta a su imaginación contando por miles los muertos musulmanes que hubo en cada una de las principales batallas en las que se supone intervino el santo protector, como la de Clavijo, que, según los historiadores nunca existió. Llegando a un delirante cómputo de más de 11 millones de sarracenos aniquilados por el portentoso santo. Gran imaginación la de Quevedo.
Ante tal absurdo Cervantes, critica y resucita en este capítulo a todos aquellos que venden su pluma a la mentira.
En el quinquenio comprendido entre 1609 y 1613, reinando Felipe III, por deseo de su valido el duque de Lerma y la reina Margarita de Austria, se obliga a los moriscos a salir de España. Lo que en un principio era una idea descabellada de un obispo dogmático, se pervierte, dando rienda suelta a la idea de negocio. Si sabemos que echarde España la mano de obra barata era un absurdo, echar a los médicos, era una incoherencia, pero primó el criterio económico con unos intereses muy interesantes. Las personas se van, pero muchos de sus bienes quedan: casa, tierras, enseres, herramientas… Las tierras sufren por ausencia de vecinos, algunos pueblos de Teruel, quedaron vacíos, el resto diezmados. Salieron de Aragón, en torno a 61.000 moriscos.
Cervantes recoge este hecho en varios capítulos.
Capítulo LIV, En el encuentro entre Sancho y Ricote. Un morisco expulsado que regresa de incógnito a su añorado pueblo (Ricote, es un valle atravesado por el río Segura, ellos fueron los últimos moriscos que dejaron España, por el puerto de Cartagena, rumbo a Mallorca). Las tierras, curiosamente, pasaron a la Orden de Santiago y esta los arrendó posteriormente. ¿Religión o negocio?
Cervantes. denuncia estos decretos de expulsión recién resucitados y hace ver que por muy moriscos que sean, nacieron en España, aunque profesen otra religión.
En el capítulo LXIII, La hija de Ricote, Ana Félix; expresa su mismo dolor por estar ausente de su tierra y el escritor pone en valor los sentimientos de las personas en oposición a la estructura cerrada de las ordenanzas, la legalidad oficial frente a las necesidades del alma, el expolio de pueblos y villas y el enriquecimiento y acumulación de bienes por los nobles y las curias.
Para Miguel, tan españoles eran los moriscos musulmanes como los nacidos cristianos. El mismo derecho al futuro en sus tierras tenían unos que otros. Quizá él sabía bien deseos sentimientos ya que estuvo cautivo en Argel.
Y critica, sin sarcasmo, que la religión oficial de España, sea solo la católica, que es la que marca los haceres, decires y sentires de este pueblo, sin dar cobijo las capacidades científicas y humanistas que estos tienen y que están en barbecho. Primando siempre la devoción a la ciencia.
Son estos, los grandes misterios que la historia de El Quijote, cobija con cuidado. Hay más ejemplos dedicados al monopolio religioso a lo largo de nuestra historia, recordemos a los prohombres que redactaron la constitución de Cádiz en 1812, ellos escribieron que: “La religión de la Nación española, es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana; única y verdadera”.
“La Nación la protege con leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra”. Es la esencia de una Constitución, poco dúctil, intolerante y alejada del libre albedrío y la libertad de pensamiento, opinión y creencia.
El espíritu que les guio fue el mismo que mantiene el tradicionalismo, ese que hizo que los españoles se enfrentarán en guerras inciviles durante los siglos XIX y XX. A decir de algunos, el nacionalismo que más daño hizo a España y que emana de esa resurrección de aquel beato de Liébana.
Pero eso es otra historia.