¡Ay, Julia, Julia, Julia…! Querida amiga del corazón y la vida.

Te leo y respondo a esa carta inacabada que acabo de encontrar en el cajón de tu mesilla, entre los objetos más queridos y entrañables, dentro de ese estuche de cuero donde están parte de tus grandes recuerdos: fotos, cartas, aquel pedazo de corteza de un sauce en el que escribí “Julia, te quiero por siempre”, y la carta que me escribiste el día que conociste todo sobre tu enfermedad última.

Escribiste de cómo te impresionaron mis pequeños ojos negros, vivarachos, escondidos tras un montón de dioptrías, de mi forma de caminar tan alocada, de cómo me desenvolvía en los juzgados a base de muchas preguntas y demasiado aspaviento. Recordabas mi forma de besar y de cómo susurraba tu hermoso nombre en el enredado terciopelo de tus muslos: ¡Julia, Julia…!, en aquellas tardes de sol ardiente, bajo la sombra de esos pinos centenarios, amigos gratos, allá en la ladera del monte, cerca del vivificante arroyo de los Caños.

En la carta, me dabas las gracias por mi dedicación a ti y mi cariño hacia todo lo tuyo.

¡Tontorrona!, ¿cómo iba a ser de otra forma?

Agradezco tus palabras y los sentimientos amables que te produjo mi persona, pero sabes que no podía haber sido de otra manera. Recordabas, líneas más abajo, cuándo y cómo nos conocimos, las fragancias que nos rodeaban en nuestro primer encuentro, de cómo y dónde nos amamos por primera vez…, de cómo recorrían mis labios tu suave y pecosa piel. Ahora me toca a mí rememorar cómo me he sentido el resto de los días que hemos pasado “entreamándonos” y cómo vamos a seguir haciéndolo, esa es la pregunta: ¿Cómo nos vamos a seguir amando a partir de ahora? ¿Cómo? Pues no sé…

Tendremos que inventarnos nuevamente para salir de este bache, lo mismo que hicimos en su momento, cuando todo estaba en nuestra contra; nuestras familias desconcertadas, la sociedad hiriente…, el medio mundo incongruente que manda silenciar al otro medio.

No pretendo que nuestro amor sea eterno, nunca tuvimos ese afán, tan solo que dure lo que duremos dentro de nuestros recuerdos, navegando nuestras esencias por nuestras conciencias. Ahora, sola en nuestra habitación me planteo cómo poder acariciarte nuevamente…

¡Lo he descubierto!, sí, me ha costado poco: voy a acariciar tus recuerdos, esos recuerdos que fuimos acumulando tras una vida entera, intensa y cuesta arriba, esa que nos hizo ser más la una de la otra.

Con qué amor dibujabas mis distintos grados de felicidad y ternura, cómo, sabiamente, encontrabas el distinto tono de mi mirada dependiendo del estado de ánimo que albergara. Sí, querida, tú me dices en la carta que supe describir en mis poemas esos mil estados de ánimo tuyos, ¿cómo no lo iba a hacer? Vivíamos juntas, nos mirábamos a los ojos constantemente, con toda la intensidad de la que éramos capaces, ahí aprendimos a profundizar la una en el carácter y en los sentimientos de la otra, tal y como debe ser. Es por eso que, conociéndonos como nos conocemos, seguiremos estando juntas, conectadas constante y cotidianamente por medio de nuestras emociones más profundas. Tendremos que aprender esa nueva comunicación, tu actual estado así lo quiere, los sentidos de una y otra ya no son los mismos. Por eso pongo ese bolero que tanto nos gustaba y espero a que me dejes sentir lo que tú sientes… Al escuchar la melodía siempre te emocionabas, lo veía en tus ojos verdes que parecían más vivos e intensos… Esa, nuestra melodía de siempre nos despidió.

Ya no sientes dolor, eso me ayuda, tus últimos días fueron muy malos, hasta que al fin un gotero con el elixir preciado te ayudó a marchar sin perder la dignidad. Ahora, en cambio, el dolor lo tengo yo, pero no te preocupes, esto se pasará cuando lleguemos a acoplarnos y relacionarnos mejor.

Escuchando a Lucho, acaricio tu sonrisa bordada en el viento que llega hasta mí y me subyuga a cada instante, percibo tu intensa mirada cómo escudriña entre mi débil y canoso pelo, siento cómo esa mirada intensa se alberga en mis neuronas para que siempre tenga los labios llenos de felicidad, junto a cada momento que me reste de vida, esté en el entorno que sea: sobre el ardoroso asfalto, en la noche luminosa o en la primavera cálida y lluviosa…

Ahora que el reloj de Lucho ha callado, escucho nuevamente tu sonrisa placentera y llena de ironía, vuelvo a encontrarme con esa carcajada abierta, explosiva, generosa que me brindabas cada mañana durante cientos de mañanas. El susurro de tus palabras bellas impregnadas con su acento meloso, cargadas de cariño, complejas unas veces, severas otras; felices siempre.

Percibo cómo van colocándose poco a poco a lo largo y ancho de mis terminales cerebrales que me ayudan a sentirme tan feliz como siempre lo he estado a tu lado.

Te siento aquí dentro, en mi cabeza, te percibo alegre, sí, te estás riendo, ya, ya sé. Te ríes pícaramente al pensar en ese día en Luarca, cuando paseábamos tranquilas por la orilla de la playa y una ola asesina, bruscamente, quiso raptarme, separarme de tu lado…, me volteó duramente y tú supiste sacarme de aquel embrollo acuático como una auténtica nereida.

¡Sí, ríete, anda!, disfruta de los recuerdos. Disfrutémoslos como siempre.

Ya, por fin nos hemos ubicado, tenemos nuestro propio mundo, como siempre lo tuvimos y no consentimos que nadie nos estorbara, ahora será más íntimo si cabe, se trata de entrar en nuestras conciencias y vivirlas con una mayor intensidad.

Verás como no es difícil, ven, acomódate en mí, siéntete como en ti misma, disfruta del cambio como yo lo estoy haciendo ahora… ¿Te sientes bien, cariño? ¿Qué? ¿Qué canción quieres…? ¿…Volver a empezar?

Está bien, lo sabía, estaba segura. Espera…, aquí la tienes, escuchémosla juntas una vez más, y dejémonos estar la una en la otra, así, apaciblemente, como siempre.

Publicado en encimadelaniebla.com

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