Me decido a titular este texto como “notas de la vejez” y no sobre ella, porque no se trata de un estudio teórico y sistemático sobre el último tramo de la vida, sino de un breve conjunto de apreciaciones dispersas y subjetivas hechas desde la observación de la realidad y la experiencia personal. El riesgo de subjetivismo es indudablemente grande, pero también lo es su nivel de autenticidad.

La variedad de denominaciones que se le aplican –“vejez”, “tercera edad”, “ancianidad”, “decrepitud”- aporta escasas diferencias al contenido del término y al concepto que encierra, salvo las variantes relativas derivadas del número mayor o menor de años que se van cumpliendo..

La experiencia de la vejez nos permite recordar las diversas lecciones del dolor que hemos acumulado a lo largo de la vida en sus distintas formas, pero también la agreste ambivalencia de las cosas: el brillo de la esperanza, la audacia del optimismo, el embate de la violencia, la apatía del corazón.

A lo largo de la vida nos domina el cansancio, pero la madurez no nos abandona; más bien nos potencia y nos arropa, nos hace mansamente felices.

La vejez puede estar acompañada por el llanto, pero asimismo por la oración creyente, por la benevolencia y por una oscura rebeldía. Y nos promete una fiesta eterna de sencillez y de alegría, una capacidad de discernir la verdad y la belleza, la ternura y el silencio, la plenitud y la armonía, la hermosa simplicidad que no es tosco simplismo ni burda simplificación sino remanso de paz y correctivo de la pesadumbre. La bella simplicidad que es expresión de la madurez. Las vivencias de antaño quedan lejanas pero vigentes en un horizonte de esperanza, aunque nos parezca mentira. A rachas nos asaltan ráfagas de ansiedad y de amargura, que después dejan una estela que nos traza el camino a seguir. Nos acompaña entonces un cansancio limpio y restaurador, lejos de los dolores sombríos y de las ideas oscuras, combatiendo el perfil hiriente de la melancolía, respirando aires nuevos desde nuestro ancho corazón. La vejez puede ser el esbozo de un sentido trascendente de la vida.

Lo que resulta incuestionable es que en la tercera edad nos encontramos embarcados en el otoño (a veces en el invierno) de nuestra vida y que no podemos dar la espalda a esta realidad.. Sin embargo, el cultivo de la inteligencia y el ejercicio del pensamiento nos mantienen en pie, reavivan y enriquecen nuestra conciencia y el dinamismo de nuestra persona. Como dijo William James, “la vida humana es lo que los pensamientos hacen de ella”.

¿Es el que hemos esbozado el retrato de la vejez? Sí, y también el reclamo de una soledad abrazada a los demás, de la acogida generosa, de la transparencia que diluye la opacidad, de la empatía infinita, de la audacia humanitaria que fulmina la crueldad, la soberbia y la intolerancia.

Benditas sean, pues, la vejez y su compañía.

Para Cicerón, la tercera edad puede significar el retorno de la persona a su interior, a su mejor yo, al núcleo sustancial de su dinamismo, de su energía..Esto provoca en él un estado envidiable de modestia y de placidez, de elegancia, que son también atributos de esta tercera edad que tememos y apetecemos.

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