Vivimos un tiempo de tensión y desasosiego, también de cansancio e impotencia. No es preciso insistir en las carencias y errores de los actores políticos, simplemente porque no queremos desanimarnos más de lo que ya estamos. Sí que me parece adecuado apuntar levemente los rasgos principales de nuestra coyuntura social y política, y hacerlo para salir de esta circunstancia con un bagaje suficiente de dignidad y gallardía.

Estamos instalados –unos más que otros- en la verborrea política y ciudadana que nos produce tanto cansancio y tedio, tanta pereza, que lleva adherido el riesgo de la abstención y de la inacción generalizada, de la indiferencia, del individualismo compulsivo. Es también el tiempo del ruido y de la crispación, de la descalificación y el insulto, como bien sabemos, y en lo que no voy a insistir. Todo ello se concentra en la inconsistencia política de nuestros gobernantes y dirigentes que padecemos tan agudamente y que se ramifica en múltiples derivaciones, casi todas ellas nocivas.

La frivolidad, el egocentrismo, la falta de cultura y de elasticidad dialéctica son, entre otras, algunas carencias básicas que percibimos cada día. El verbo que más merece conjugarse en la actualidad es recomenzar, porque estamos a mitad de camino entre lo que tenemos y no nos gusta, y aquello que deseamos alcanzar y que resulta posible. Hay que empezar siempre de nuevo con brío y esperanza, con paciente humildad y con los recursos a nuestro alcance, con un templado coraje. Añoramos los tiempos pasados, las grandes causas, los buenos amigos, las personas imprescindibles, pero debemos volver a todo ello con el estilo de hoy. Convertir la nostalgia en proyecto ha de ser nuestro desafío.

La combatividad y la solidaridad no son atributos exclusivos de los políticos ni de los militantes que dedican su vida entera a una contienda concreta. Afectan a toda persona que cree en tales valores. Las tremendas inundaciones recientes poseen también el alto contenido simbólico del vecindario y de la ciudadanía entera volcada en torno suyo. “Lo único que la riada no se ha llevado es la solidaridad”, como también se ha proclamado con emoción colectiva y profunda.

Esta ruta del recomenzar exige una parada, una pausa para la reflexión y el análisis, con dos elementos: la profundización en los conocimientos útiles de diversos tipos que podemos y debemos alcanzar, (la sabiduría de la vida) y el incremento del dinamismo y la combatividad coordinada y organizada para transformar las cosas. Con la aplicación rigurosa de ambos ingredientes todo se renueva y se regenera.

Las hojas del otoño que alfombran nuestros jardines y parques aportan también su simbolismo No tienen por qué ser solo una invitación a la melancolía, sino que encierran una llamada a la elegancia del silencio, a la mansedumbre de la sencillez y de la belleza. Todo ello contemplado y protegido por los hermosos árboles en este proceso de vida y de transformación.

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