Acababa de comprar un libro titulado en español “El trabajo no es una mercancía. Contenido y sentido del trabajo en el siglo XXI”, de Alain Supiot editado en francés por El Colegio de Francia. París, 2019. Con él en la mano, decidí ir caminando hasta el puerto del Rosario en Tenerife a dónde había llegado desde Marsella a pasar el fin de año con mi pareja durante los días de vacaciones pendientes de mi trabajo como contable en una empresa agroalimentaria importante. Días antes, había reservado por Internet una estancia de tres noches en un apartamento con vistas al mar que resultó confortable y a buen precio en Residencial Miraluz.

Marcia, decidió ir a la playa y yo a leer el libro comprado en mi librería de Marsella cuando el sol empezaba a calentar y disfrutando de la temperatura y la suave brisa mañanera, llegué hasta el muelle. Cuando estaba buscando un lugar para ubicarme a la sombra, sentado en algún banco cercano que no localizaba, observé mucho movimiento de coches de policía, algunas ambulancias y personas con chalecos de Cruz Roja, batas blancas y de uniforme policial.

¡Vaya!, ¡qué oportuno!”, pensé… “un accidente marítimo o algo grave que ha ocurrido… quizá algún naufragio o algo así”, me dije. Y cuando me marchaba para no ver infortunios, atracaba en el muelle que luego supe que era el de rescate marítimo, un barco pintado de color rojo que aquí llaman la Salvamar de nombre Izar. Me quedé para observar directamente lo que había visto alguna vez en las noticias de la RT1.

Al desembarcar los migrantes rescatados de una pequeña lancha neumática, eran atendidos con todo lo necesario, en particular las mujeres y los niños que, en esta ocasión todos, los hombres también estaban en buen estado de salud. Más tarde supe por un periódico local que se trataba de un grupo de 57 migrantes marroquíes procedentes de Beni Mellal situado a unos cien km de Marraquech y que otro grupo similar había llegado por sus propios medios escoltado por un pesquero a otro puerto en la vecina isla de Hierro situada al norte de Fuerteventura. Casi siempre el socorro llegaba a tiempo, otras desde el Centro de Coordinación de Emergencias y Seguridad de que alguna embarcación a la deriva o en malas condiciones estaba cerca de las costas isleñas de Canarias, entonces una Salvamar salía o navegaba a su encuentro para rescatar a los que viajaban en ella en condiciones precarias, enfermos o en muy mal estado a causa del frío, la falta de agua y comida durante el viaje desde los lugares de salida en Tafaya, El Aaiún u otros lugares cercanos entre las dos costas… europea y africana.

Dejé de presenciar la llegada y acogida pensando en que sería ahora de esas personas cuando pasé cerca de una pareja de hombres seguramente europeos residentes en la isla y me senté en una mesa junto a la suya para escuchar lo que decían en inglés, que yo entendía por mi trabajo en una multinacional de productos alimenticios franceses de alta calidad.

Traducido al español, decían: Y así, todos los días, llegan a cientos a estas islas, es un enorme problema que debería afrontarse por la Unión, un país solo no puede. Y me pareció muy sensato.

-Naturalmente, es imposible por muchos recursos que se dediquen a ello. Llegan a miles, aparte de los que, por desgracia, se quedan en el mar durante el viaje…

-Este año casi diez mil muertes en el mar en el camino de África a España.

-Es una sangría insoportable. Y me pareció muy sensato lo que escuchaba mientras tomaba mi vermut francés con aceitunas, patatas inglesas y cebollitas picantes.

-El caso es que todos ellos quieren trabajar, bien tras pagar todos sus ahorros para encontrar un trabajo que no tienen en su país…

-O mejor y bien remunerado.

-Aunque he sabido -decía el más joven de ellos-, que en Almería y otros lugares a los que llegan al poder evadirse de los centros de acogida…

-Campos de internamiento, mejor dirás…

-Bueno, no tanto, ahí los atienen lo que pueden hasta ver qué hacer con ellos

-Son mano de obra excelente para trabajar que se inutiliza…

-Que se desperdicia inútilmente sin emplearla en nada… pero, te decía que en esos sitios en los que hay trabajo en la construcción o en agricultura para recogida de la fresa o las naranjas, estos hombres y mujeres, niños a veces, se ponen muy temprano en plazas y lugares convenidos esperando que lleguen los posibles empleadores para contratarlos por horas…

– ¡Ya lo he leído! Se acercan en coche y dicen “¡25 euros la jornada!”, por ejemplo, y los que aceptan se suben al coche y se los llevan hasta el campo a hacer las faenas agrícolas o a subirse al andamio todo el día por ese dinero que necesitan para comer…

-Y sin seguro, sin nada…

Yo escuchaba atentamente a estos dos ciudadanos europeos bien informados y pensaba en los migrantes que había visto recibir con tantos cuidados que ahora estaban abrigados con mantas de color rojo, seguramente por el de la Cruz Roja que los había recibido a ellos que seguramente sean musulmanes, ahí sentados en el suelo esperando que hiciesen con ellos lo que fuese excepto devolverlos a sus tierras en las que no hay trabajo suficiente ni acaso el que tengan sea suficiente para dar de comer a sus hijos como los que ahora corretean al sol por el muelle mientras los trasladan.

Eran hombres, mujeres y niños que llegaba a un país del que no saben nada, ni su cultura, ni su lengua con ideas y religión muy diferentes, sin dinero o muy poco… solo para ofrecer lo único que tienen: su capacidad para trabajar, sus manos, ingenio o fuerza para hacer lo que sea en el país que es la cuarta economía europea y en el que, seguro, seguro habrá un trabajo para ellos… “¡Mi primo está haciendo un edificio de diez plantas en la Costa del Sol!”, seguro que piensan. Y es verdad… hay trabajo y se les necesita. Pero algunos no han llegado, se quedan en el camino y los demás, miles esperan junto a esos muros sentados con sus mantas rojas sobre los hombros, aquellos otros tirados al suelo o con las manos en alto junto a la empalizada de púas con los sheriffs vigilando sus movimientos.

Termino mi vermut. Los saludo con un “¡Bon Jour!” y al alejarme paso junto a un barco de pesca del que los pescadores tiran al agua los peces que no valen para el mercado. Las gaviotas los recogen al vuelo, para ella sí sirven.

Ahora, me acerco hasta el borde del muelle. Miro la cubierta de mi libro, leo el título de nuevo, “Le travail n´est pas une merchandise” y sin pensarlo más lo tiro al mar. Estoy ahí parado viendo como se mece en el agua salada hasta que, poco a poco, se hincha y va hundiéndose hacia el fondo para alimento de peces cultos. Mientras, pienso que el trabajo sí es una mercancía que a algunos no les compra nadie, aunque poder, se podría.

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