En ocasiones vemos a criaturas enrabietadas y lo primero que se nos pasa por la cabeza es que se trata de una personita malcriada, mal educada, mimada y caprichosa.

Con el tiempo y una dosis de reflexión, que nos llega de la mano del genial payaso “Mike Dosperillas” (de payasos sin fronteras), te lleva a pensar que las bases de la mala educación ya las expuso sobradamente A. Camus y está relacionada, no con las rabietas del infante, sino con los prejuicios sociales hacia nuestros vecinos y todos los otros que conviven a nuestro lado. Ahí radica la mala educación.

La segregación es un hecho que, aunque ciertas instituciones docentes estiman oportuno que las niñas estudien en aulas distintas a los niños, y los padres del alumnado lo admiten, la medida no nos llega a convencer, de la misma forma que nunca nos convencieron los guetos en los que mantenemos a esos seres que maledicentemente señalamos como los culpables de que nos arrebaten nuestros puestos de trabajo, y en base a ese prejuicio los explotamos para que nunca puedan salir de la cloaca que les hemos proporcionado. Pero no son los únicos segregados por la mala educación.

También se practica con la gente de la escena, con los trabajadores de las Artes Escénicas, esas personas, esos trabajadores que, hasta no hace tanto tiempo, los prejuicios de la sociedad y el clero, les negó el ser enterrados en camposanto. De alguna forma se mantiene en los tuétanos de la sociedad ese vicio por el prejuicio adquirido, de generación en generación y el desdén para ponerles solución.

Pudiera ser el caso por lo que a los escenarios tardan más en llegar esas almas con diversidades cromáticas, físicas, psíquicas, sexuales… También marginadas sin paliativos.

Ciertamente conocemos, casi como anécdota a Javivi, actor tartamudo. Silenciando por los siglos de los siglos que Cervantes también lo fue y evitando abrir las aulas de formación actoral a estas personas. Me refiero tanto a los tartamudos como a los migrantes, a los que sufren de parálisis cerebral espástica o a los que usan la silla de ruedas.

Un par de tocayos son fiel reflejo de esto; Emilio Buale y Emilio Gavira. Les ha costado integrarse en los repartos escénicos. Todos somos conscientes que son la punta del iceberg. Todos sabemos que no se escriben papeles para personas con otras estructuras, estaturas, o color de piel. Quizá ese sea el motivo por el que algunos piensan que les usurpan el trabajo, porque los teatros públicos y privados no programan las necesarias y suficientes obras teatrales con los diversos personajes inclusivos en ellas, por tanto, ante la carencia de trabajo actoral deben hacer mutis por el foro y elegir otro oficio.

Es una tontería lo que acabo de decir, a todos los intérpretes y dramaturgos (salvo contadas excepciones), se les vienen cerrando las puertas de la escena y deben trabajar como representantes, como camareros o en el súper de la esquina.

Así es la vida. La ausencia de unos niveles óptimos y discriminatorios en la cultura escénica evita que aquellas personas preparadas para esos trabajos tengan que ocupar otros no deseados, pero que les permitan comer a diario. Sí, los intérpretes y demás creadores también comen a diario.

La vida nos la imponen así, las administraciones cierran las puertas a la cultura y sus trabajadores, migrantes o autóctonos, tartamudos o ciegos, se quedan con otros trabajos, los primeros que encuentran.

¿De quién es la culpa?

Posiblemente de todos. Sí, las administraciones son incapaces de garantizar un derecho a un grupo de miembros de la sociedad. Las autoridades no son capaces de ofrecer accesibilidad a los miembros de sus sociedades.

Las administraciones no están capacitadas para ofrecer felicidad a los públicos.

A las administraciones no les importa un bledo el garantizar un trabajo digno a sus ciudadanos.

A la sociedad le trae sin cuidado las barreras y obstáculos en escenarios y patios de butacas que las administraciones no obligan a quitar.

¿Quiénes no somos culpables? ¿De dónde parte la mala educación?

 

 

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