Fue al amanecer, en el momento en el que un manto naranja teñía el horizonte, cuando Aldo y Bruno, pactaron el acuerdo. Los dos jóvenes se comprometieron a compartir sus vidas con Elsa, esa joven y hermosa criatura de la que ambos estaban enamorados.

La sinrazón pareció abrirse paso y encauzar con incoherencia aplastante la situación. Sortearon el primero y segundo puesto, Bruno quedó el segundo, aunque no las tuvo todas consigo, Aldo era muy astuto y embaucador, seguro que le había engañado, lo presentía; había cuatro pajas en la mano derecha de Aldo, solo una era más corta. Los dos muchachos tenían dos oportunidades para alcanzar la victoria. No sabía qué había ocurrido, pero su amigo le había engañado, le había estafado en algo de tanta importancia como era su amor por Elsa. Él había sacado la primera paja, era larga, después fue Aldo el que sin pensárselo un instante sacó otra paja del mismo tamaño. Llegaba el desempate, ¿quién perdería?, Bruno sacó una nueva paja, Aldo comenzó a reír eufórico, apenas le había dado tiempo de ver el tamaño de la paja en la mano de Aldo, sin embargo, se puso en pie muy contento, tiró la última paja que le quedaba en la mano mientras le confirmaba a Bruno que había perdido. Al principio así lo creyó, pero algo después meditó la jugada de Aldo: ¿Y si las dos últimas pajas eran del mismo tamaño? ¿Y si la segunda paja de Aldo hubiera sido mínimamente más corta que la que él había sacado? Ya no podría saberlo nunca. Estaba convencido de que todo había sido una trampa, su mejor amigo le había estafado y no podía hacer nada por demostrarlo.

Meditó sobre el pacto: Con el fin de poder tener a Elsa los dos, la idea de Aldo fue que uno se casara con ella y tras unos años de convivencia, provocara la separación, antes de la separación el perdedor reaparecería en la vida de la mujer y tras separarse se casaría con ella. ¡Una idea estupenda!, los dos podrían disfrutar del amor de la bella Elsa, una mujer de sonrisa inmensa, de labios sensuales y voluptuosos, de ojos tremendamente grandes, negros, luminosos, hipnóticos…

Surgieron las dudas nuevamente; si había sido engañado, de igual forma podría engañarle dentro de unos años y evitar separarse de Elsa, se podrían ir a vivir a otra parte, incluso a otro país…

Una nueva pregunta pasó por la cabeza de Bruno: ¿Y si Elsa dentro de unos años, tras parir cinco hijos, está vieja y fea? ¿Y por qué tendría que cargar con los hijos de Aldo y su manutención? ¿Y si Aldo ganara en su matrimonio mucho dinero con su negocio de turismo acuático y él siguiera trabajando en la oficina del ayuntamiento?, era muy probable que Elsa, mirara con malos ojos a Bruno, no sería un buen partido. Pero ¿…y si Elsa muriera?, solo la habría disfrutado Aldo, y algo peor, si la mujer, con el tiempo, quedara en una silla de ruedas o mal de la cabeza, entonces, ¿qué?

Fue a buscar a Aldo, lo buscó por el pueblo, fue a casa, comió y descansó, cuando despertó de la siesta pensó nuevamente en su amigo, aunque era domingo solía pasarse por el puerto para organizar las tareas de la siguiente semana. La barca que tenía Aldo para ofrecer a los turistas las divertidas excursiones a calas desiertas, solía estar amarrada en el centro del puerto. Llegó al lugar del amarre, pero no estaban ni él ni la barca, preguntó a unos pescadores que estaban preparando sus embarcaciones para salir a faenar en pocos minutos, le habían visto montar a Aldo en su barca, iba acompañado por la joven Elsa. Había puesto rumbo a las Ácridas, unos pequeños islotes desiertos que estaban a unas pocas millas de la costa. Ellos dos se habían perdido en alguna ocasión, cuando la mar estaba tranquila, aquellos islotes podían ser peligrosos por la cantidad de escollos que había en la zona y que daban la cara solo durante la marea baja.

Esperó hasta que oscureció, los celos le estaban arañando las entrañas, solo pensaba en la mala pasada que le había hecho su amigo. Nunca se la podría perdonar, fue a la taberna del Flaco, desde una de las mesitas que había en el porche divisaba perfectamente el puerto y podría ver aproximarse la embarcación de Aldo, que había sido un mentiroso, pensó, el pacto era que se casaría con Elsa y no que se la llevaría en su barca asquerosa a las Ácridas, allí Elsa sería suya, solo Aldo estaría besando esos labios de caramelo que tanto le excitaban mientras disfrutaba de sus bellos ojos negros.

Tras unos cuantos vasos de vino, se dio cuenta que la marea estaba baja y era imposible que estuvieran en aquellos islotes, salvo que se quedaran a pasar la noche. De no ser así la barca…, lo mismo estaba encallada, igual estaban en peligro. Bruno se puso en pie como pudo, fue a la barca de su tío Galo, no le pediría permiso, ya era muy tarde, además no se la dejaría, nunca se la había dejado. Fue al embarcadero, saltó de barca en barca hasta alcanzar la Rossina, una barca de corta eslora buscó las lámparas de gas, parecía que funcionaban las dos, la eléctrica que se alimentaba del motor y era empleada para la pesca del calamar, también funcionaba, su luz era potente, con ella podría ver lo que ocurriera en las aguas a pocos metros de distancia, más no, la noche crecía y la luna en cuarto menguante andaba perdida por entre las nubes.

Una barca llegaba a puerto, pero no era la de Aldo, porque venía del sur.

Media hora después Bruno estaba cerca de los islotes, ya no estaba irascible por haber sido engañado por su amigo del alma, la sombra del temor crecía en su interior, barruntaba que algo malo había sucedido. Todo lo que había pensado era una tontería. Él estaría con Elsa, con sus hijos, con sus enfermedades. Lo importante era estar con Elsa.

Bruno no conocía el mar como Aldo, intuía que podía estar próximo a los arrecifes que adornaban aquellos islotes, pero desconocía lo cerca que podía estar de las Ácridas. Gritó sus nombres una y otra vez, nadie le contestó, había que ser muy valiente o muy loco para acercarse tanto a ese lugar, aunque bien mirado, estaba seguro de que no le ocurriría nada. Volvió a gritar sus nombres, el viento comenzó a enojarse, la barca le seguía con un irascible balanceo, su fuerza fue creciendo. Sabía que llegaría la lluvia, en casa decían: Antes falta el hijo al padre que la lluvia al aire.

El viento era frío, iba a ser noche de temporal, sus ráfagas fustigaban la barca con dureza. Bruno no era hombre de mar, no sabía cómo reaccionar, Elsa y Aldo estaban cerca y debía ayudarles si estaban en peligro, las olas cada vez eran más irreverentes, estrepitosas y cargadas de espuma. Se vio superado por la situación y decidió regresar a puerto, las luces del pueblo no eran visibles desde el punto donde se encontraba, fue a consultar un mapa cuando el motor optó por guardar silencio, intentó arrancarlo de nuevo hasta que comprobó que no tenía combustible, aquella barquita era zarandeada por el viento como si se tratara de una cáscara de nuez, buscó la pistola de señales, pero enseguida se dio cuenta de que su tío no llevaba de esas cosas modernas, era viejo y poco amigo de cambios. Solo le quedaba hacer una cosa: Esperar.

Esperar a que la tormenta pasase, esperar a que alguien le viera, esperar a que se enteraran que había salido al mar en la barca del tío, eran muchas cosas las que había que esperar. Las lámparas de gas al poco se apagaron las dos. El oleaje era a cada instante más encrespado y arisco con la barca. Bruno intentaba no perder los nervios, pero ya era incapaz de razonar con lógica, no pensó en el chaleco salvavidas, quiso hacer una llamada de urgencia por radio, estaba estropeada, nada parecía salir bien en ese día, luego se abandonó a su suerte, pensaba en que era Elsa la que le mecía, se acurrucó en el suelo de la barca y se dejó hacer por ella.

Aldo, cuando dejó a Bruno, tras el truculento pacto, cavilaba sobre lo fácil que había sido el ganar esa importante partida, la de la felicidad. La vida, se decía, da muchas vueltas y el primero que dispara a la presa tiene más oportunidades de cazarla… Sonaron las campanas de San Pietro anunciando la misa, enseguida recordó que Elsa los domingos, en lugar de ir a la iglesia, aprovechaba para llegarse hasta el río a lavar ropa, a bañarse o, según decía entre risas, hablar con las Nereidas de las aguas dulces, ellas eran tan simpáticas como coquetas.

Allí se presentó Aldo cuando la joven guardaba en el canasto la ropa ya lavada, la acompañó a casa, la tendieron en cuerdas, luego Elsa puso en la mesa que estaba cerca del huerto, bajo los manzanos, un par de vasos y una jarra de vino, mientras bebían desmigó pescado seco, le puso aceite, fue a por pan, sal y tomates, comieron, charlaron y rieron largo tiempo. Fue un domingo perfecto. Al caer la tarde Aldo pensó que era el momento de acercarse al puerto y comprobar que todo en la barca estaba en orden. Elsa se apuntó al paseo.

Pasearon hasta el puerto, al llegar a la barca Elsa le pidió hacerse a la mar, montaron en la barca y pusieron rumbo noroeste, Elsa, al poco, le pidió al muchacho que cambiara el rumbo y se dirigiera a la Cala Verde, lugar tranquilo y bello, solo había mar, arena y pinos. Pasearon recordando un ayer lleno de trastadas y locura juvenil, tan cercano como olvidado, siguieron caminando y llegaron hasta el cañizo de una pequeña huerta, se sentaron y Aldo vio la oportunidad esperada, tomó la fina mano de Elsa y le pidió con vehemencia infantil que fuera su mujer para toda la vida, él la amaba, la quería con delirio, en un arranque de espontaneidad le explicó cómo había engañado a su mejor amigo por amor, quería que toda la vida fueran la una del otro y viceversa, quería astillarse los labios de tanto besar los de Elsa, quería acariciar cada poro de su cuerpo a cualquier hora del día y la noche, quería entrar en ella y no salir jamás, quería…

Elsa miró intensamente a los ojos negros de Aldo, quería llegar hasta lo más profundo de su alma, un alma amiga, un alma muy querida, entrañable en tantas ocasiones, durante tantas vivencias y correrías de chiquillos. Acarició su cabello fosco, le sonrió bonancible, tal vez con un punto de ironía. Luego le dio una palmada seca en la espalda, se puso en pie y tras cerrar el puño soltó un golpe, entre amigable e iracundo, al hombro de su amigo mientras le hablaba severamente:

– ¡Aldo, Aldo!, querido amigo. Cuántos buenos ratos hemos pasado los tres; Bruno, tú y yo, cómo nos hemos divertido nadando en la playa, en las pozas del río y en el puerto, jugueteando por el cañaveral, robando pepinos y ciruelas a los huertanos, riéndonos del mar y la arena, de la noche estrellada y de los días más oscuros o brillantes. ¡Ay, Aldo, Aldo!

Antes de contestarte, he de recordarte que nadie puede hacer un pacto a dos cuando intervienen tres personas. Yo no pertenezco a nadie, ni a ti, ni a Bruno. Sois unos cerdos, pero sois mis amigos, a los chicos no os han enseñado algo tan simple como el respeto, y si alguna vez alguien os lo enseñó, vosotros tardasteis muy poco en olvidarlo, como yo ahora. Sí, quiero olvidar esta imbecilidad.

Ves, ya está olvidada.

Ahora vamos al segundo punto… Parece que tampoco Bruno sabe que mis intereses en cuanto al amor están muy cerca de los vuestros. No, no me mires interrogándome, no estás bien enfocado, no estoy enamorada de Bruno, tampoco de ti. Aunque he de confesar que os quiero muchísimo. Pero mis preferencias en el amor, como te he dicho, son muy similares a las vuestras. Amo la belleza de unos labios carnosos abiertos al deseo, adoro las curvas femeninas, ansío la caricia de unos pechos suaves y gratos y el resto de curvas femeninas, quisiera hacerlas mías siempre, disfruto de la mirada cómplice y sincera de unos ojos femeninos amables, abiertos con fervor y respeto a mí.

Así es la vida, querido Aldo, no es que no os quiera, pero no os amaré nunca, porque estáis lejos de mis necesidades mentales y fisiológicas. ¿Me comprendes? Comprendes, además, que ninguna mujer pueda quereros con esas ínfulas supremacistas, machirulas e indecentes, ¿verdad?

No, no pongas esa cara de extrañado, nunca me visteis mencionar la cara bonita de ningún hombre: cantante, actor… Y sí compartimos los gustos por aquellas preciosas hembras de las que tan a menudo hablabais con picardía y erotismo sin límites, cuando éramos más jóvenes, apenas hace cinco años.

Y habló, habló, habló…, luego fueron hasta la barca y regresaron a puerto.

– ¿Y Bruno? Vamos a buscarle y le explico, como a ti, lo cerdo que puede llegar a ser un hombre caprichoso y egoísta.

Y buscaron a Bruno, en su casa, por el pueblo, la playa, el puerto… El Flaco les contó:

“Bruno estaba muy contrariado, agitado y nervioso, bebió unos vinos de más y al ver que no regresabais fue a buscaros a las Ácridas, según parece, a pesar del mal tiempo no ha regresado aún”.

Los dos amigos salieron en busca de Bruno, a unos cientos de metros de la costa encontraron una inmensa zona de espuma, en el centro Rossina mostraba la quilla. La mar estaba más calmada, como si estuviera haciendo la digestión de algo que hubiera engullido.

El cuerpo de Bruno fue buscado por mucho tiempo, pero nunca apareció.

Elsa y Aldo, siguieron siendo amigos íntimos y nunca olvidaron a Bruno. Fue algo tosco, simple, pero sincero y de buen corazón.

Cada 1 de noviembre regresan al pueblo, alquilan una barca y se unen a los demás vecinos para ofrecer a “la Nereida de la espuma”, flores de distintos colores que enseguida son tragadas por el mar como prueba de agradecimiento. Todos allí saben que Bruno está cuidado por ella, “la Nereida de la espuma”, cada siglo rapta a un joven noble, ingenuo, hermoso, sencillo y bueno, para mecerlo largamente y hacerlo su amante.

Los amigos saben que Bruno, de algún modo es feliz con el pacto mantenido con la Nereida de la espuma.

Publicado antes en encimadelaniebla.com

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