Los psicólogos –o al menos algunos de ellos- suelen diferenciar los sentimientos de las emociones. Atribuyen a las emociones mayor intensidad y duración en el tiempo, dado también su impacto más profundo en el organismo con las consiguientes secuelas físicas. Los sentimientos acostumbran a ser más leves, variados y pasajeros, otorgando al conjunto del paisaje emocional mayor viveza y colorido

El paisaje emocional es una expresión entre coloquial y literaria que sirve para contextualizar el complejo dinamismo psíquico de la persona en un horizonte social. Esta expresión evoca y engloba otra paralela y complementaria a ella, la de tejido emocional, que se refiere más bien al mundo interior de la persona y lo aborda de modo directo en toda su pluralidad, dificultad y capacidad de seducción.

Ambas expresiones nos serán útiles para manejarnos en este apasionante territorio.

Existe también un concepto despectivo del mundo emocional, que conviene descartar de entrada para que no nos confunda ni degrade nuestra reflexión. Este concepto aborda el ámbito de la emotividad considerándolo una merma de la racionalidad y un atentado contra ella, un oleaje que invade y descoloca las posiciones y logros alcanzados por el pensamiento racional.

Casi está de más decir que no comparto esta postura. En su sentido más amplio, el mundo racional y el entorno emotivo se enriquecen y complementan recíprocamente. Cuanto más íntima y estrecha sea su interdependencia, más armonioso y eficaz será el equilibrio psíquico de la persona.

El dinamismo de la emotividad, incluso su posible desbordamiento, es más una riqueza estimulante que una amenaza peligrosa para la racionalidad, si esta se apoya en bases solventes. Y viceversa: la racionalidad es un correctivo enérgico y beneficioso para los posibles excesos emocionales.

Pienso que estos diversos dinamismos deben confluir en lo que considero el objetivo global más exigente: la humanización de la convivencia social, y nuestra contribución a ella. Y esto mediante la implantación de objetivos graduales y progresivos, bien fundamentados y de aplicación viable a la realidad, evitando la retórica y la palabrería. Así el entorno social incide en el paisaje emocional enriqueciéndole y dándole relieve, y este aterriza en el plano de lo real con eficacia y precisión.

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