La interrogación básica por la felicidad personal es la pregunta del millón. Claro que dicha pregunta va estrechamente ligada al bienestar colectivo en su sentido más integral y totalizador, al concepto global de felicidad.

Con frecuencia vemos en las redes sociales frecuentes entrevistas a personajes famosos o figuras populares cuyo contenido se desliza hacia territorios estrictamente personales o incluso íntimos. O asistimos (acaso hasta participando activamente en ellos) a programas colectivos -en el estudio de televisión- o en encuestas callejeras en donde se plantean cuestiones que conciernen a la esfera personal.

A veces estas cuestiones son extremadamente audaces, ingenuas o impertinentes, otras más sensatas y penetrantes, útiles para la reflexión y para la vida.

¿Es usted feliz, eres feliz? Peliaguda y globalizadora pregunta, difícil de responder en cualquier caso. y sin respuesta satisfactoria en algunos momentos y circunstancias peculiares de la vida. Que se lo digan, si no, al parado de larga duración, al estudiante rechazado repetidas veces y herido radicalmente en su autoestima, a la mujer víctima de la violencia de género… Y a tantos otros interrogantes vitales que nos sumergen en la confusión y en la incertidumbre.

Pero hemos de buscar la cara positiva, aunque fluida y cambiante, de la felicidad, o más bien de su horizonte y de su búsqueda, de sus ingredientes principales, sin los cuales no podemos alcanzarla y mantenerla. Se trata, por supuesto, de un inventario estrictamente personal aunque transferible. A qué cosas, valores, atributos no podemos renunciar sin renunciar con ellos a la felicidad.

Para mí, el horizonte de la felicidad se apoya en algunas dimensiones básicas o nucleares. Una de ellas es la comunicación interpersonal, otra la experiencia de la plenitud (aunque sea ocasional y limitada), con un espacio singular concedido en su interior a la experiencia estética. Cada una las cuales merecería un amplio capítulo.

Tampoco creo que pueda entenderse cabalmente el intento sincero de felicidad sin una referencia explícita a la solidaridad. La abundancia y la magnitud de los trágicos sucesos recientes ponen de relieve la actualidad apremiante del concepto de solidaridad, su realidad dolorosa y sus implicaciones prácticas.

La aludida comunicación interpersonal adecuada es una condición y una garantía del empeño por la felicidad, y su carencia o debilidad ocasionan un grave quebranto a nuestro equilibrio psíquico. El enclaustramiento en nosotros mismos suele producir a la larga malestar y debilidad creativa en las relaciones y en las tareas.

La experiencia de la plenitud y del sosiego tonificante están presentes sin duda en nuestro archivo personal, y ojalá esta experiencia nos acompañe con la mayor abundancia posible. A veces su pureza e intensidad compensan su escasez. Todos recordamos de modo gratificante esos momentos privilegiados en los que coinciden la fertilidad y la lucidez, la armonía y la transparencia, sin abandonar por ello la simplicidad, tan próxima a la sencillez básica y envolvente.

La experiencia de la plenitud alcanza la dimensión íntima de la persona, su interioridad, y también la relación horizontal con los demás. En ambos espacios puede germinar ese peculiar sentimiento que abarca tanto la grandeza admirable de la condición humana como su extrema precariedad. La fragilidad es también aliada y complemento de la plenitud.

Una derivación importante de esta experiencia de plenitud es la experiencia del disfrute de la belleza en cualquiera de sus formas. El goce estético es el color de la vida, su forma y su fondo, el núcleo que da consistencia a la prosa cotidiana, la apertura a la alegría, la suma de las músicas y los paisajes…

La experiencia religiosa merece punto y aparte, y tiene relación con las formas anteriores de búsqueda de la felicidad. Creo también que es más frecuente de lo que pensamos que no consiste solo en el don concedido a algunas personas privilegiadas, sino la construcción personal y colectiva de un mundo entre el dolor y la esperanza, con la ayuda y presencia misteriosa de Dios, por difícil que esto sea.

La comunicación interpersonal, la concordancia consigo mismo, la experiencia de la plenitud, el sentimiento y el ejercicio de la solidaridad, la implicación comunitaria y la pertenencia al grupo son algunos de los ingredientes más importantes que configuran el horizonte de la felicidad y que enriquecen nuestra vida.

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