Refugiados

Con este título ha publicado Gloria Cavanna de la AA VV Valle Inclán de Prosperidad un post en espacio-publico.com, en el que plantea la inquietud de la sociedad civil ante la situación cada vez más desesperada de los refugiados y la falta de acción de la Unión Europea. “Queremos compartir, acoger y luchar por los derechos de todos, por la convivencia sin exclusiones, apostando no sólo desde una actitud personal, sino desde la política”, dice Cavanna en su escrito www.espacio-publico.com/que-debe-hacer-la-ue-sobre-la-inmigracion#comment-5375 que publicamos a continuación.

Desde la Asociación de Vecinos Valle-Inclán de Prosperidad— en un barrio de Madrid—, nos estamos preguntando qué podemos hacer ante la crisis humanitaria que vivimos día a día y que según nos dicen, en los medios y en los contactos cercanos, el éxodo es superior al que hubo en la II Guerra Mundial. Somos conscientes de que el tema de los refugiados se está agravando por momentos, pero también en nuestro país, en nuestra ciudad, se están endureciendo las condiciones de vida de los inmigrantes sin permiso de residencia y sin trabajo.

Nos pareció que una de nuestras tareas prioritarias y posibles era sensibilizar, dar a conocer realidades, causas, consecuencias e intentar buscar respuestas a los interrogantes de esta situación tan inhumana. Hemos compartido informaciones, escritos, charlas, etc. Y sobre todo, escuchar a los que están en nuestro país, sobrevivientes de las vallas, de las pateras, de la exclusión social. Sin duda, fuente cercana de conocimiento, para conocer por qué y cómo emigran y especialmente, el testimonio cercano para que la empatía humana renazca.

Todos tenemos derecho a emigrar, en circunstancias normales y en las extraordinarias; a buscar una vida digna; a disfrutar personal y familiarmente de los recursos que gratuitamente nos ofrece la tierra, la naturaleza o la técnica; pero que tenemos que saber compartirlos, para que no haya nadie excluido.

Hemos apoyado manifestaciones, denuncias; hemos tomado postura frente a las políticas que afectan directamente a la entrada o no de los flujos migratorios. Hemos reconocido, con vergüenza, la acogida a los menos de veinte asilados, y al rechazo del cupo ‘asignado por la UE’, y peor aún, el que se impida la decisión de la Comunidad Valenciana de flotar un barco para traer a unos cuatrocientos refugiados, haciéndose cargo a todos los efectos de su integración en la propia Comunidad.

Es una vergüenza. A veces, incluso, nos hace sentirnos culpables de la venta de armas que mantienen las guerras o de las vallas con concertinas en las fronteras de Ceuta y Melilla que se saldan con miles de vidas y devuelve a otros cientos emigrantes al desierto, lugar de nada ni de nadie. Vallas de construcción nacional, que se han exportado a otros países de Europa. No tenemos palabras ante las muertes en el Mediterráneo, la reducción de ayuda europea para su rescate y compartimos el profundo desasosiego ante la desaparición de más de 10.000 menores.

Junto a esto, una guerra que destruye países, culturas milenarias, casas y hábitats como Siria, Afganistán o Iraq… Sus habitantes, los que viven, han estudiado y/o trabajado, tienen un entorno cultural y familiar; son precisamente los que huyen para sobrevivir. Sin contar con los bienes culturales identitarios desde hace siglos que se están destruyendo.

Y las hambrunas de Eritrea, Somalia o Libia, consecuencia de las guerras tribales, que muchas veces ocultan la explotación de recursos naturales que son exportados a Europa para su manipulación y vida de confort de unos pocos, a costa de lo que sea; y lo que es peor, de vidas humanas. Se está fortaleciendo, primando la Europa de los mercaderes del capital.

Para mantener el mercado hay que crear consumidores. La conciencia de que el estado de bienestar es un derecho universal, ha pasado a ser un privilegio para “los que puedan acceder a ello”, aunque cada vez menos, ya que las trabas de acceso al derecho y los recortes en las propias prestaciones de sanidad, educación y dependencia están causando profundas desigualdades en los países más ricos de Europa. Asimismo, para justificar y sostener estas medidas ha habido que trasmitir un cambio de valores.

La pobreza y exclusión son el caldo propicio para fomentar el miedo, crear mecanismos de control, represión, leyes que al asumirlas pueden impedir manifestaciones y gritos de libertad frente a las políticas locales y/o globales… Se controla la libertad de expresión a través de unas instituciones como los CIES, donde se vulneran los derechos civiles y humanos. Paralelamente, hay un desarrollo incipiente de xenofobia y racismo, en nuestro país, y en otras ciudades del entorno europeo.

¿A dónde vamos?

En diciembre, con motivo de las fiestas de Navidad —o de Invierno, para que todos se sientan incluidos—, realizamos una invitación abierta a los vecinos, de aquí y de allá, que se titulaba Europa, ¿dónde estás? Utilizamos cuadros plásticos sobre la represión en fronteras, la avalancha de refugiados para sobrevivir a las guerras y hambrunas, la atención de voluntarios in situ a los que estaban en situaciones infrahumanas, niños y adultos, y al final, el sueño de la apertura de Europa y la acogida solidaria de la ciudadanía, plastificada en un amplio mural del Abrazo de Genovés. Fue una obra original de Maribel Rodríguez y representada por el equipo voluntario de teatro de la asociación que, por supuesto voluntariamente, estamos dispuestos a compartir.

Este final, utópico hoy, pero urgente, es la ruta que queremos marcar en nuestros compromisos, desde nuestro País, nuestra ciudad, nuestro barrio. Queremos compartir, acoger y luchar por los derechos de todos, por la convivencia sin exclusiones, apostando no sólo desde una actitud personal, sino desde la política.

Los acuerdos de la UE nos interesan. Si destruimos los lazos humanos y culturales comunitarios, estaremos construyendo un país en el que no podamos vivir dignamente, en el que los odios y la lucha del más fuerte —económicamente hablando— se imponga.

Hay que humanizar, fomentar otros valores que construyan la colectividad, en la que los más débiles sean reconocidos y puedan vivir; en el que de verdad podamos ser felices. Tenemos derecho a soñar, a esperar que todo esfuerzo solidario crezca, a no desfallecer en el intento.

Y por favor, desde todos los ámbitos (medios, cultura, políticos…) hay que seguir llamando a las cosas por su nombre, como esta vez, que no es la primera, lo hace Sami Naïr. Estos debates nos ayudan. Os necesitamos y nos necesitamos mutuamente.