Desde hace años, demasiados años, el paro es el principal problema de los españoles, de los que no tienen empleo y de los que están trabajando pero tienen el temor a perderlo.

Las consecuencias del paro son múltiples y todas graves, dificultades económicas, a veces dramáticas, pobreza, a veces se llega a no poder dar de comer a los hijos, desahucios, pero hay más consecuencias.

Los parados, especialmente los parados de larga duración, tienen el riesgo de perder su autoestima, a inculparse, tienden a considerar que su situación es el resultado de una preparación profesional insuficiente, de no haberse esforzado en sus estudios o no haberse adaptado a las nuevas tecnologías.

Pueden inculparse de no buscar trabajo con tesón, de haber desperdiciado alguna oportunidad con la esperanza de encontrar un trabajo mejor remunerado o más adaptado a sus ilusiones.

Pueden inculparse de no saber presentarse bien en las entrevistas, de no saber “venderse”.

También pueden creer que no tiene espíritu emprendedor, que son timoratos e incapaces de montarse un pequeño negocio, una tienda o un taller que podría ser la solución.

 

Esta actitud tiende a originar una pérdida de autoestima, una depresión, a marginarse, a considerarse un fracasado por su incompetencia. He conocido algunos parados que intentaban ocultar su situación a los vecinos, a su entorno pera no sentirse humillados. A algunos los ha empujado al suicidio.

Creo que esta dramática situación de angustia es fruto de los valores que transmite la concepción neoliberal de la sociedad y las relaciones humanas que, inconscientemente hemos asumido en mayor o menor grado en nuestro subconsciente.

Se nos muestra un modelo de sociedad profundamente individualista, competitiva, en la que hay que triunfar. Triunfa el que tiene dinero, los que son jóvenes, guapos y en plena forma física. No tienen cabida los que tienen dificultades económicas, los pobres, los alumnos rezagados de la clase, los viejos, los enfermos, los que no son luchadores, agresivos si es preciso. A estos se los margina, se los excluye, no sirven.

Además, se está reiterando que desear un contrato de fijo de plantilla, de rechazar la temporalidad, es el reflejo de que no estamos seguros de nosotros mismos, de que nos asusta el riesgo. Se nos dice que rechazamos la movilidad geográfica de las plantillas de las empresas porque tenemos una mentalidad anticuada y no estamos preparados para un mundo nuevo, cambiante. Se nos acusa de defender las prestaciones sociales, la sanidad, la educación pública, las pensiones de jubilación, porque necesitamos el “Papa-Estado” que nos vaya protegiendo de por vida, de que somos incapaces de enfrentarnos a la vida.

Al sistema no le valen los que no triunfan, los que no luchan ni se arriesgan, los que no están muy seguros de sí mismos.

Creo que de alguna manera hemos asumido estos valores aunque afirmemos que los rechazamos, los hemos asumido porque desde hace muchos años se nos están transmitiendo por todos los medios, se presentan como el modelo de la modernidad, del progreso, el único viable.

Es preciso que afirmemos que el parado no es un fracasado, es el resultado de un sistema que es incapaz de resolver los grandes problemas de la sociedad en el momento en que se ha alcanzado un nivel de desarrollo científico y tecnológico insospechado hace solo unos pocos años.

Es preciso que nos percatemos de la falacia del discurso, de la trampa que se nos tiende y luchemos por un mundo justo, con otra escala de valores en la que prime la solidaridad y no haya excluidos.