Existen repertorios de muy distintas cosas: de comidas, de colores, de piezas musicales, de ofertas literarias, de propuestas turísticas, de rincones naturales especialmente silenciosos…
Porque un repertorio es una colección variada de ideas e imágenes cuya riqueza cualitativa acrecienta y mejora los perfiles de cualquier entorno, natural o cultural. y que de paso constituye una oferta que dinamiza tales entornos.

Ofrezco aquí un muy limitado repertorio de términos e ideas dentro del ámbito cultural y del mundo del lenguaje, de los valores y actitudes personales y sociales. A la oferta acompaño una explicación más bien personal y literaria que permita y favorezca la reflexión y el debate plural entre los posibles interlocutores.

No pretendo sentar ninguna cátedra ni establecer pautas rígidas ni adoctrinadoras, sino simplemente favorecer un intercambio posiblemente enriquecedor y beneficioso.

Sin más consideraciones previas abordo mi reflexión fragmentada, sin orden alfabético, que quiere ser sencilla y estar más pegada a la vida que a densos esquemas conceptuales.

Miedo.

Enemigo viscoso que nos acomete con más frecuencia de la deseada. Existen múltiples formas y expresiones del miedo: miedo al vacío, al infinito, al sinsentido, a la mediocridad, a la monotonía.

Fragancia.

El buen olor de las cosas, de algunas cosas. El aroma penetrante que envuelve la opacidad insípida de muchos anteproyectos y subproductos de diversa índole. También el intenso atractivo moral y estético que desprende la mirada singular de algunas personas.

Bonanza.

Nada que ver con el título de una conocida serie cinematográfica norteamericana. Más bien se trata de un estado vital casi permanente cuando se tiene la suerte de poseerlo, hecho de actitudes pacíficas y receptivas, del don de la escucha y del silencio en beneficio de los demás. Lo cual se complementa con la necesidad de la palabra y de su brillo, con la sinfonía coral de diversas voces y pensamientos. Ambos niveles –la escucha y la palabra- configuran el perfil de una convivencia racional y de la deseada ciudadanía que siempre tiene algo de utópica.

Ansiedad.

Un mal de nuestro tiempo, un tópico de nuestro lenguaje, un castigo de nuestra convivencia y una sombra de nuestra intimidad. La ansiedad nos consume la vida, desgasta nuestro equilibrio psíquico, estropea nuestro humor y nuestro dinamismo afectivo, debilita nuestras capacidades… Es preciso combatirla con humildad, paciencia y esperanza, con recursos clínicos si fuera preciso, con los medios naturales de la energía y de la vida.

Complicidad.

Pocas cosas realizamos en solitario a lo largo de nuestra vida. Las apariencias nos engañan, pero lo cierto es que la realidad está compuesta de múltiples hilos, lazos, fragmentos, tramos visibles o invisibles. La realidad está hecha de infinitas complicidades. Nosotros mismos somos cómplices de otras personas, de proyectos inacabados, de tareas que suscitan nuestra esperanza y alimentan nuestro bienestar. Cómplices visibles o invisibles, declarados o encubiertos, primerizos o veteranos, aprendices o expertos en la aventura de la vida.

Empatía.

La empatía tiene bastante que ver con su compañera anterior, que es precisamente la complicidad. Empatizamos con personas afines, con desgracias ajenas próximas o lejanas, con proyectos truncados total o parcialmente, también con horizontes de un futuro prometedor. La vida es un mosaico de empatías, un tejido de energías y reflujos, de idas y venidas. La empatía es la medida de nuestra humanidad.

Desabrimiento.

Personaje siniestro que nos visita con excesiva frecuencia no deseable. Una crispación interior difícilmente localizable pero presente y escurridiza en nuestra cotidianidad, difícil también de definir y de explicar. La vida en su conjunto es más bien desabrida, aunque tenga sus contrapuntos y compensaciones, sus costados gratificantes y prometedores. Nos conviene arrimarnos a ellos con la mayor templanza y buen humor posibles.

Esperanza.

Palabra mayor, gran pegunta de la condición humana que motiva y acompaña nuestros sentimientos y tareas, el ritmo de nuestra convivencia. Antes que virtud teologal, la esperanza es don humano, conquista social, fiebre de utopía. La esperanza utópica se complementa con la dimensión personal y profunda de la esperanza, que es el correctivo de la inacción y la fuente del compromiso, de la implicación en las causas comunes.

Imaginación.

La imaginación es la riqueza del alma, la gracia del arte, el vuelo y la movilidad de casi todo. Muchas cosas de nuestro mundo están peligrosamente faltas de imaginación, sospechosamente cargadas de mediocridad y monotonía. Por ello resulta imprescindible la imaginación como correctivo del tedio y raíz de la creatividad personal y social.

Ironía.

Su mejor símbolo de expresión es la sonrisa levemente intensa, la mirada ligeramente sesgada. Una sonrisa y una mirada que expresan una actitud global ante la vida. Una actitud ambivalente de adhesión y de rechazo, de cercanía y de distancia. Un cuadro de colorido agradable pero inquietante, una sinfonía inacabada de finas armonías y algunas destemplanzas.

Calidad.

Enemiga y complemento de la cantidad, del peso y la medida, de los resultados numéricos. Pero al mismo tiempo, calidad es la necesaria dosis de dignidad y belleza en todo lo que se mueve. La calidad y la esperanza son el aliento principal de la vida, la síntesis entre los objetivos y los propósitos en el empeño de la voluntad. El silencio sobre el ruido, la sencillez por encima de la apariencia: todo ello es calidad. Y su complemento es, a su vez, la calidez, para que las palabras y los gestos no se nos queden en las nubes de la teoría, sino que alumbren y templen nuestro camino.

Cercanía.

No pueden alentarnos la calidad ni la calidez sin la proximidad humana, sin el calor que despide un corazón maduro y vibrante. Muchas tareas y proyectos personales y colectivos están sobrados de calidad pero faltos de calidez, y viceversa. Algunas aventuras biográficas nos seducen por su rigor, otras nos emocionan por su encanto afectivo y su transparencia llena de matices. Pero todo ello en las distancias cortas, en el ámbito de la cercanía.

Templanza.

No debe confundirse con la tibieza, que es más bien un estado de medianía, de insuficiencia o de relativa carencia. La tibieza pierde, la templanza gana, y es una condición apetecible y beneficiosa, una garantía de equilibrio, un intento de armonía para la convivencia y la tarea en común. La templanza es la síntesis fértil entre los extremos, el aprendizaje cotidiano de la madurez mediante la escucha y la paciencia, también con el apoyo sustancial de la vitalidad y de la alegría.

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