Pienso que es injusto y erróneo llamar catastrofistas (agoreros, aguafiestas) a quienes formulan un diagnóstico riguroso, lúcido y realista sobre la situación sociopolítica actual, que inevitablemente conlleva tintes sombríos. No voy a entrar ahora en ese diagnóstico tan repetido con mayor o menor acierto. Sí quiero dejar constancia, como todos sabemos, de que la presentación de los hechos en los medios y opiniones periodísticos arrastra una alta dosis de morbosidad, lo que no invalida del todo su valor de fondo.

El panorama no es halagüeño, y el futuro se nos presenta lleno de incertidumbre, pero lo más importante es analizar las causas y prever las consecuencias de dicha situación. La realidad de los sucesos objetivos y la carga de negativismo ambiental que los envuelve desembocan en la inacción y en la indiferencia ciudadanas y políticas, o en la agresividad y descalificación sistemáticas del contrario, de quienes no piensan y actúan como nosotros, en el feroz individualismo, en el cansancio turbio y no siempre justificado…

A estas posiciones negativas solo cabe oponerse con la actitud frontalmente contraria de la combatividad racional y operativa desplegada en diferentes ámbitos y arraigada en valores profundos: la tolerancia, la solidaridad, la capacidad del pensamiento y del diálogo, etc., vividos en un intento sincero de autenticidad y operatividad concretas. El mundo laboral y cooperativo, la sanidad y la educación se beneficiarán con ello, entre otros espacios.

Pero nos ocurre a veces que nuestra combatividad –en las manifestaciones o acciones reivindicativas, por ejemplo- estallan y se disuelven en el ruido y el barullo sin lograr sus fines dejándonos insatisfechos. Acaso sea entonces el momento de preguntarnos por nuestra empatía personal con los valores de fondo que ahí se expresan y no tanto con su estrategia instrumental, con los métodos y procedimientos adecuados.

El término empatía puede traducirse por complicidad en el lenguaje corriente y tiene otros elocuentes sinónimos: sintonía, simpatía… Todos inciden en lo mismo: ser en nuestra vida cómplices de aquello que merece complicidad, ser combativos con las armas poderosas de la racionalidad y la voluntad, pertrecharnos para la lucha con paciencia y confianza más allá del ruido y la revancha, de la rutina y la mediocridad. El ejercicio equilibrado de la complicidad con aquello que creemos y la lucha por defenderlo nos abrirá un horizonte de futuro.

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