Nati, con apenas 18 años, regresaba al Madrid que la vio nacer, tras pasar la guerra en Pamplona, en casa de sus tíos. La experiencia de la contienda la había hecho fuerte, en aquellas tierras vivió momentos muy duros, una noche unos jóvenes ultramontanos fueron a por ella, había que eliminarla ya que su padre era un periodista “rojo”. Al final, la suerte vestida de uniforme de alta graduación hizo desistir a los ultramontanos.

Caminó hasta El Rastro, su casa estaba muy cerca de este, en la calle de Juanelo, en su paseo percibió que la capital se había convertido en un cobijo para el hambre, la miseria y el miedo. Al entrar en ella se sintió perdida, no había apenas muebles, sus abuelos que habían muerto meses antes, los habían vendido para subsistir, de su padre no había nada, vivía exiliado en Francia. Su única familia estaba en Pamplona, pero…

Algo había que hacer para sobrevivir, su afán era el de trabajar y ser feliz, a pesar de todo. Se movió desde el primer día, en busca de un trabajo, solo encontró un puesto de mecanógrafa en los juzgados militares, una actividad patriótica, por tanto, sin remuneración alguna, la suerte hizo que pudiera alternarlo con otro trabajo patriótico; los comedores infantiles de Auxilio Social, donde a hurtadillas sacaba escondida entre la ropa, envuelta en papel de estraza, una barrita de pan untada en aceite, ese era su alimento diario. Admitió huéspedes en su casa, eso le procuró un mínimo de estabilidad, la gente venía de los pueblos con la esperanza de pasar desapercibidos del odio de los ganadores y encontrar trabajo en la capital. Pronto se veían obligados a emigrar o a regresar al pueblo y seguir aguantando las humillaciones y vejaciones de los vencedores.

Solo Pilar, una joven muy resuelta que venía de un pueblo de la Alcarria, duró más tiempo como inquilina, lo cierto es que no pagaba en pesetas, llegaron a ese acuerdo desde el primer día; ella recibía todos los meses, de su pueblo, paquetes con queso, pan blanco, chorizo y lomo de orza, que compartía gustosa con Nati.

A pesar de tener caracteres tan distintos, llegaron a ser buenas amigas, de algún modo se complementaban, Nati, era seria y consecuente, Pilar, se echaba al mundo por montera. Eran jóvenes y llenas de vida, hasta que… Madrid y Pilar, dejaron de llevarse bien, se le había quedado pequeña la capital y su gente, que cada día estaba más desvitalizada y más gris, En Europa ya no se peleaba, los mercados eran cada vez más fuertes, a pesar de todo. Decidió ir a París, en busca de un trabajo con arreglo a sus capacidades; era guapa, finita y tenía buen palmito, estaba segura de que encontraría trabajo en el mundo de la moda parisino, había aprendido a caminar como las modelos, desfilaba durante horas por el largo pasillo de la casa de Juanelo, sabía moverse con gracia y soltura con unos libros sobre su alocada cabeza.

Pilar se fue en el momento en que Nati, había comenzado a estabilizar su vida: aprobó las oposiciones como taquillera del Metro y una amiga le presentó a un joven represaliado, que aun estaba obligado a dormir en la Prisión Provincial nº1 de Madrid, conocida como Prisión de Porlier.

Con su sueldo de un duro diario, consiguió mal comer, mal vestir y hasta soñar…, aun así, Madrid seguía siendo inhóspito y peligroso, y ella estaba sola.

Pilar, le escribía animándola a que siguiera sus pasos, trabajaba como modelo de alta peluquería y sus manos ensortijadas salían en revistas de moda.

Nati no dejaba de pensar en su padre, su única familia directa, que vivía en París, como Pilar, ellos dos se habían conocido, en sus cartas, su amiga, le daba cuenta, a hurtadillas, de cómo vivía el padre, ya que la censura le impedía recibir cartas de este, tenían el mismo apellido y él estaba en las listas negras, era un exiliado. Solo podían mandar notas a través de terceras personas.

Deseaba irse, pero no era fácil… No tenía derecho a un pasaporte, era hija de un exiliado, sus nobles gestos como voluntaria en los juzgados militares y en los comedores de Auxilio Social, no le daban derecho a obtener el preciado documento.

No se amedrentó, algo tenía que hacer para conseguir reunirse con su padre, dejó la casa sin advertírselo a nadie, un autocar la llevó de nuevo a Pamplona, junto a sus tíos y primos. Allí solo tuvo que contar a unos y otros, lo preciso sobre su problema familiar: ella estaba sola en España y su padre, exiliado y también solo, en París. Sabía que había personas en Navarra que, tras la victoria, se sentían mal por la presión a la que se estaba sometiendo a sus gentes.

Una noche de domingo, regresando a casa, tras dejar a su prima en el trabajo, ella era telefonista y tenía su segundo turno de nueve de la noche a una de la madrugada, un mozo se le acercó por la espalda, la llamó por su nombre y antes de que pudiera contestar, le metió un papel en la mano. Cuando Nati, que andaba despistada, quiso darse cuenta, el mozo había desaparecido entre las sombras. Una vez en casa de los tíos leyó la nota, solo había una frase: Espera a que llamemos.

Nati, ayudaba a la tía, modista muy apañada que les había enseñado a su prima y a ella a manejar la aguja durante la guerra. La joven cosía y llevaba los arreglos a las casas de las clientas. Ocurrió al martes siguiente, subía por la calle Nueva, cuando una cuadrilla de mozos se colocó tras ella, cantaban y conversaban en voz alta y se metían con ella en guasa, en un momento dejaron las burlas y se escuchó la voz de uno de ellos:

Nati, no te vuelvas. Contesta con la cabeza: ¿necesitas ir a París?

Afirmó con un movimiento lento de cabeza.

¡Bien! La Red Cometé, ya conoce tu caso y lo está preparando. Ya sabrás de nosotros.

El grupo de jóvenes volvió a las bromas burlonas, dio media vuelta y bajó por la misma calle, cantando jotas y sin dejar de reír.

Al llegar a casa, Nati, contó el nuevo “encuentro” con jóvenes desconocidos, todos sabían de las distintas redes clandestinas de apoyo a los refugiados, que se nutrían de jóvenes nacionalistas y republicanos, y que se dedicaban al contrabando y a pasar a las personas que lo necesitaban, de Francia a España y viceversa. Entraban durante las noches a Francia por Hendaya, desde Fuenterrabía, atravesando en barca el Bidasoa…

Como era lógico no había una sola ruta, ni tampoco se conocía como actuaban, todo dependía de la época del año y del lugar donde recogieran a los pasajeros que debían pasar.

Nati, preparó ilusionada las maletas, al fin podría reencontrarse con su padre. Una noche, poco antes de que saliera Loli, de trabajar, cuando la jefa de sala estaba cambiándose para salir, pudo contactar con el padre de Nati, le puso una conferencia a la pensión donde residía en París. Hablaron poco, el padre ya estaba enterado de la fuga de su hija:

Tío, estamos todos bien. Estate atento, en pocos días llegará el paquete desde aquí.

Y colgó, había telefonistas dedicadas a escuchar las conversaciones que se mantenían en conferencias. Cuando la falta era considerada leve, como hablar en vasco, se limitaban a cortar la comunicación, pero si apreciaban otro tipo de conversación se denunciaba a la policía.

Nati, esperó una semana nerviosa, a la par que alegre y esperanzada, la segunda semana, pareció que sus ojos perdían esplendor, la tercera semana se apoderó de ella la desesperanza, llegó a pensar que todo había sido una broma estúpida que algún amigo de los que sabían su situación le había gastado. 

Una noche, a la hora de la cena, sonó el teléfono de casa, lo descolgó la tía:

¿Quién llama?

¡Oye, Nati!, mañana se ha de pasar Mauleón.

Eso fue todo, comenzaron a devanarse los sesos acerca de quién podría ser Mauleón, y si Mauleón, tendría que ver con la Red de ayuda, o si se trataba de una nueva broma…

No les dio tiempo para debatir mucho, a los 15 minutos dieron tres golpes de aldaba a la puerta de la casa. El tío se asomó a la mirilla, en el descansillo había un joven serio, de boina calada y chaqueta oscura que dijo ser Mauleón.

La cara de desconcierto de la familia fue unánime. El tío abrió la puerta con precaución, el mozo entró hasta la cocina y solo, dijo:

¿Nati?

Soy yo. Siéntese.

Pues nada, nos hemos de ir ya…

Pero acaban de llamar para decir que… – se apresuró a decir la tía.

Ha de ser ahora. ¿Vamos, pues?

¿No quiere comer una sopa?

Ya he dicho, hemos de irnos, ahora.

Voy a por las maletas.

Solo una maletica. Cuando las campanas den la media, hay que estar en la calle.

Pero…

Mañana, a la noche, en la plazuela de San José, habrá alguien, ya les dirá como ha ido todo. ¿Vamos, pues?

En aquella casa reinaba el desconcierto. Nati rehízo la maleta para el viaje y se dispuso a seguir al muchacho, como cordera al matadero, un minuto después, ya en la calle caminaban deprisa, cuesta abajo, emboscados en las sombras. Sonaron las dos campanadas que indicaban la hora, en ese momento apareció una destartalada camioneta con las luces apagadas, pararon a la altura de Nati y el joven, entraron inmediatamente los dos. Nadie dijo nada. Nati, comenzó a temerse que algo podía pasarle, aquello parecía un secuestro, la camioneta circulaba de prisa, iba dando vueltas, circulando sin rumbo, intentando confundir a quienes pudiera seguirles. Llegaron a la plaza del Castillo, pararon el motor y esperaron atentos a ver lo que ocurría. Había un silencio total, tras asegurarse nuevamente de que nadie les acechaba, siguieron la marcha a toda prisa. Al llegar a la estación de tren, otra camioneta menos destartalada les estaba esperando, pararon frente a ella e indicaron a Nati, que debía de subir a ella, sin pérdida de tiempo. Subió sola y temerosa, dentro estaban Henri y Maite, se presentaron y sin perder un segundo pusieron rumbo a Francia. El camino fue mas grato, hablaron de vaguedades, hubo sonrisas y hasta intercambio de cigarrillos.

Al llegar a la muga de Dantxarinea, dejaron la camioneta y montaron en tres burros que un tercer hombre que les estaba esperando cuidaba, la noche era oscura. Le advirtieron que no hiciera ruido alguno, en la parte superior de la montaña estaba el puesto fronterizo y los carabineros, atentos, casi siempre, a lo que pudiera pasar. El camino se hizo lento, solo se escuchaban los cencerros de las vacas pastando. Atravesaron el valle, sin contratiempo alguno, los burros conocían el paso perfectamente y no sufrieron ningún tropiezo. Al llegar a Francia le comunicaron que ya estaban el Iparralde. Allí les esperaba un Citroën 11 ligero, Henri y Maite se despidieron de Nati y sin perder un momento regresaron por el mismo valle a España. Esta montó en el vehículo que ocupaban dos mujeres jóvenes vascofrancesas: Marie y Françoise, y se encaminaron a Paris.

El viaje en la oscuridad de la noche fue lento, en las carreteras pirenaicas no era aconsejable correr, por otro lado, ya estaban en Francia, Nati podía estar más tranquila, aunque debían de viajar sin hacerse notar ya que no tenía pasaporte, era una exiliada indocumentada. Aquellas mujeres, previsoras, solo pararon para llenar el depósito de gasolina, llevaban unos bocadillos de queso y unas cantimploras con café.

Al día siguiente el Citroën 11 ligero, con Nati medio dormida, estaba cerca del museo Cluny, en el barrio Latino, distrito IV, de París, en el número 20 del Boulevard St. Michel. Aquella era la dirección que ella tenía de su padre.

Le pidieron que bajara del automóvil, habían llegado a su destino, se despidieron afectuosas y no consintieron tomar nada. Inmediatamente debían regresar al punto de partida.

La noche siguiente desde que oscureció, el tío de Nati paseaba nervioso por la plazuela de san José, un lugar poco iluminado, salpicada por viejos bancos ubicados entre un desabrido arbolado. Una hora después llegó una joven con un pañuelo blanco sobre la cabeza, se sentó, no llegó nadie que la acompañara, no hacía nada, parecía esperar, en aquella plazuela solo estaban el tío y esa mujer, el hombre dubitativo, sin saber lo que hacer, se fue acercando al banco, tras ver que no había nadie, pensó que debería preguntar, tras muchas vueltas se atrevió a preguntar tímidamente:

¿Y Mauleón?

La mujer se puso en pie, como si se sintiera acosada y se dispuso a irse con premura, al pasar a su lado le dijo:

Mauleón está con su padre, cualquier día llamará.

A las dos semanas Loli, volvió a poner una conferencia pocos minutos antes de salir de trabajar

Mademoiselle Nati, s´il vous plait?

Oui, un instant, madame.

A los pocos minutos se escuchó la voz alterada de Nati.

¿Diga!

¡Hola, viajera!  ¿Qué tal?

¡Hola, Loli! Llegué muy bien, papá os da las gracias a todos, yo siempre estaré en deuda con vosotros, tanto con los tíos y Delfín, como contigo, mi hermana del alma, os debo mucho, entre otras cosas el pan y la libertad ¿Cómo estáis?

En casa todos bien, preocupados por ti.

Y tú, ¿cómo vas?, te noto la voz tristona.

Estoy disgustada, han venido algunos conocidos, que fueron a la División Azul, dicen que Estanis, estuvo prisionero con ellos en Rusia y aseguran que murió hace dos años. – Nos conocíamos desde pequeños. Los padres están destrozados.

Lo siento mucho, de verdad, Loli. Era un chico muy majo.

Hay que seguir viviendo. Y tú, ¿ya te has hecho con el ambiente de París?

El cielo aquí siempre está gris, pero ya trabajo, tengo una alumna a la que doy clases de español, una hora diaria. Estoy muy contenta.

Me alegro mucho, ahora te dejo, en dos semanas volveré a llamar, si puedo.

¡Besos para los tíos, para todos! ¡Gracias!

Regresó a la cama de su lóbrego cuarto, con derecho a cocina, contiguo al de su padre. París, no era su ciudad ideal, por muy bella que esta fuera, pero las circunstancias mandan y allí se respiraban derechos.

Solo echaba en falta a ese joven del que se había enamorado y que, al fin, había logrado salir de prisión.

Pero esa es otra historia.

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