Cuando una persona está invadida por el ODIO, siente una angustia que no puede controlar. Lo explican como «algo dentro» que aumenta sin poder hacer nada. Los síntomas corporales por los que acuden a la consulta son variados: insomnio, molestias digestivas, contracturas y dolores musculares, dolores de cabeza, taquicardia…
Son síntomas que podemos encontrar en cualquier situación de estrés porque hay en común un estado de alerta permanente, la diferencia la encontramos al escuchar a la persona. Suelen mostrar frustración, profundo enfado porque la realidad no coincide con su deseo, dificultad para la tolerancia y para la flexibilidad, son incapaces de aceptar la situación que les rodea y les cuesta disfrutar, todo ésto dirigido (si das espacio y tiempo para la escucha) hacia alguna persona o colectivo culpable.
Recuerdo el primer paciente que me impactó por su nivel de odio, fue en agosto de 2020, tras 5 meses del inicio de la pandemia, Ya en la sala de espera surgió conflicto y escuché gritos. Al entrar estaba muy agobiado, refiriendo dolor de estómago, hablaba alto y deprisa, no soportaba tener que esperar para ser atendido.
Mi consulta es en un Centro de Salud en el sistema sanitario público de Madrid, estábamos trabajando la mitad de la plantilla, como todos los veranos por falta de suplentes y su médico estaba de vacaciones. Decidí respirar profundamente y darle tiempo, claramente necesitaba soltar, echar afuera algo de lo que le impedía vivir con calma. Fueron muchas historias las que compartió, algunas de auténtico terror para mí, que estaba allí, respirando, con presencia y sin juicio.
A pesar de sus cortos 35 años, refirió ser legionario, haber nacido entre esvásticas y al preguntarle por los mejores momentos de su vida respondió que fueron matando moros en Africa. También me confesó que no podía mirar a los camareros, dado que la mayoría son inmigrantes y sentía auténticas ganas de acabar con ellos. Poco a poco se fue tranquilizando en la forma de hablar, fue respirando y le agradecí por darme la oportunidad de hablar, deforma íntima y cercana, con alguien que está en las antípodas de mi ideología y principios.
Cuando ya teníamos que terminar la consulta me preguntó si me podía pedir algo, respondí que sí y lo que me pidió fue un abrazo. Tengo que confesar que no lo esperaba, cualquier contacto físico entonces estaba «prohibido» por prevención, yo llevaba 5 meses sin abrazar a mi madre por miedo a poderla contagiar.
Fueron unos segundos los que tardé en levantarme de la silla y fundirme en ese abrazo, necesario para los dos. También yo necesito confiar en que otra sociedad es posible.
No he vuelto a saber de él, no sé a qué se dedicará. Sólo sé que entendió, aunque fuera durante unos momentos, la necesidad de entrar en un lugar de calma y cuidado.
Han pasado 5 años y el odio a «lo diferente»está en el aire que respiramos. Hay una parte de la sociedad que parece haber conseguido convencer a muchas personas de que los culpables de todos nuestros males son «los otros» ( inmigrantes, MENAS, mujeres, homosexuales, pobres…) y continúo tratando en la consulta a personas que tienen cada día más dificultad para la relación social, llegando al aislamiento o relación muy sectaria, sintiendo esa angustia que va aumentando y sin conciencia de la causa que lo origina.
¿Cómo hemos llegado a este punto? Un aliado necesario para esta escalada de odio es el MIEDO. Viene a mi memoria el recuerdo de otra paciente de 80 años, viuda hace tiempo.Con su raquítica pensión de viudedad sobreviven ella, su hija y dos nietos adolescentes. No tiene estudios y el dinero lo reconoce por el color de los billetes, viven en una vivienda de protección oficial y acuden a Cáritas para conseguir comida.
Un día me contaba su dificultad en llegar a fin de mes y no pude dar crédito cuando enumeró entre los gastos mensuales una alarma ¿Cómo pueden calar tanto esos mensajes de miedo a qué? ¿Qué pueden robar en esa casa?
Es el miedo a que otros, «los otros», te roben, ocupen tu casa, te dejen sin trabajo, te agredan… y esos mensajes repetidos premeditadamente en los medios de comunicación hacen su efecto, son el caldo de cultivo para el crecimiento del odio a lo que tememos.
Que nadie piense que no puede hacer nada para frenar el contagioso odio. Es necesaria la participación de cada miembro de la sociedad, como «cortafuego» de esa devastación, comenzando por las personas más cercanas.
No suele haber mucha posibilidad de diálogo desde el discurso mental, pero siempre nos queda lo corporal. El cuerpo nunca engaña y siempre nos está hablando.
Son nuestras «neuronas espejo» cerebrales las que nos ayudan para acciones de imitación involuntaria y para la empatía. Si nuestra actitud corporal es tranquila, respiración lenta, voz suave y la otra persona muestra interés en disminuir su ruido mental, podremos sentir un acercamiento. En muchos casos será necesaria la ayuda de algún profesional.
A nivel colectivo, la SOCIEDAD está obligada a defender y apoyar a las personas más vulnerables, protegiéndolas de los efectos del odio, si queremos seguir hablando de HUMANIDAD.
Es una acción de odio el hecho de que en Madrid no se pueda interrumpir ningún embarazo, ninguno, en ningún hospital público. Atenta contra el derecho de las mujeres avalado por la Ley Orgánica 2/2010.
El odio es el que está detrás de la Violencia de género, con tantas mujeres asesinadas, maltratadas y abusadas. La máxima crueldad tiene lugar en la violencia vicaria, atacando a los hijos sólo para hacer daño a la madre.
Es inadmisible la exaltación al odio y su organización que ha tenido lugar últimamente en Torre Pacheco, Murcia. Una sociedad sana no puede permitir que sea el pueblo quien tenga que defender a las víctimas.
Las fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no pueden aliarse con los agresores, es un indicador de que en estos colectivos el odio tiene también un nivel muy alto y debe ser investigado.
No puedo terminar este documento sin hablar de Palestina, país sobre el que Israel está cometiendo un GENOCIDIO tras 75 años de colonización.
ISRAEL y todos los países que le están apoyando, son en este momento la máxima representación del odio cruel e inhumano, enfermizo, devastador, ambicioso y prepotente. Ya no hay excusas, estamos viendo en vivo y en directo el sadismo de Netanyahu que está dejando morir de hambre a quienes sobreviven a las bombas y los francotiradores, muchos de ellos niños que no han podido hacer nada para merecer tanto sufrimiento.
Es la pasividad del resto del mundo, nuestra indolencia la que hace posible esta masacre Paremos entre todas y todos el odio, el cercano y el lejano, preservemos nuestra HUMANIDAD.
Ana Encinas
Médica de Atención Primaria