Las campañas electorales están mostrando la falta de claridad ideológica que tienen los partidos de izquierda y derecha en la actual coyuntura política española. Unos y otros fomentan, en exceso, un clima de miedo al contrario: ¡Que vuelve el nacional-catolicismo! ¡Que no gobiernen los que rompen España!

No se enfatizan los debates políticos que necesita el país sobre la presión fiscal, la recuperación de las inversiones y el gasto social, la recuperación de los servicios de bienestar para avanzar en justicia social ante el aumento de la desigualdad, la articulación de las identidades culturales y territoriales, o la combinación de la democracia representativa con la participación directa ciudadana, para superar el anquilosamiento de los partidos y las instituciones.

El elector medio, sigue desconcertado. Según las encuestas se prevé un aumento de la participación, pero como viene ocurriendo en elecciones recientes, un 30-40% de los ciudadanos están indecisos y definirán su voto en los últimos momentos, cuando la fecha electoral se les eche encima, les atropelle.

Y es que los partidos, más allá de confusas etiquetas ideológicas, han trasladado a la sociedad su incoherencia “esencial”: no son leales con los electores y cambian como veletas sus propuestas, sin argumentaciones ni deliberación, soslayando sus “principios” ideológicos e incumpliendo sus programas, que se convierten en papel mojado. Cuanto más al “centro” peor, porque para ganar el voto de la gente que tiene menos compromiso con unos ideales políticos (neoliberales o socialdemócratas, como confrontación principal), los partidos buscan lo que llaman “centro” que no es más que teñirse de ambigüedad (algunos representantes de la “nueva”política lo denomina “transversalidad”).

En general, evitan una argumentación radical, que plantee las raíces de los problemas para ofrecer una definición clara de medidas políticas. Y esta indefinición en los posicionamientos políticos les hace perder la confianza de la gente; es todo demasiado incoherente, demasiado fluido, y muchos ciudadanos votan por votar, a quien sea… para que no ganen los que no les gustan, aunque voten a partidos que no les convezcan y que saben que acaban siendo desleales con sus votantes. ¿A alguien le extraña que muchos ciudadanos se definan como “apolíticos” en este contexto?

Desde la implantación del neoliberalismo, consustancial a la globalización financiera, y especialmente desde la crisis de 2008, la opinión pública considera que el principal problema social es la desigualdad creciente, el empobrecimiento de dos tercios de la sociedad frente a la descomunal acumulación de riqueza de unos pocos, una tendencia social suicida. Pero el poder fáctico, el económico, no da salidas, y los partidos políticos no llegan a plantear la necesidad de cambios radicales en la sociedad a costa, lógicamente, de los poderosos. Las derechas quieren dar más jarabe de palo, y las izquierdas o se conforman con paliativos porque creen que “no se puede”, o no consiguen articular en la realidad política el “sí se puede”.

Frente a ello, en los últimos años, se aprecian movimientos sociales que marcan caminos, como ocurrió con los avances en derechos civiles, sociales y políticos en épocas anteriores. Pero los aparatos de los partidos no están a la altura, ya que unos no quieren (los consideran el enemigo), y otros parecen no saber como trabajar con ellos: la indignación del 15 M, el nuevo empuje feminista del 8 M o el creciente movimiento adolescente exigiendo un voto por el planeta (Fridays for Future). Todos estos movimientos hacen frente a un sistema autoritario, patriarcal, que pone los intereses de los negocios por encima del bienestar de las personas, que apoya una forma de producir y un modo de vida que ataca al planeta y a las condiciones en que se desenvuelve nuestra vida como especie y sociedad. Estos movimientos exigen que reflexionemos sobre un cambio civilizatorio, para llegar a nuevos modos de vida y producción, y no tienen miedo en decir que no creen en el capitalismo.

Pero la izquierda sigue indecisa, y en la derecha hay un resurgir reaccionario, con movimientos machistas y negacionistas, propios del modelo social autoritario, del que debemos desembarazarnos.

Por todo ello, en estas elecciones aparece con más claridad, si cabe, el enfrentamiento de los dos grandes modelos: el autoritario individualista, que considera que hay que premiar a los fuertes y que no importan los explotados, sean personas o el planeta; y el solidario igualitario que defiende el bienestar general y la defensa de los recursos comunes, del planeta, primando la colaboración entre diferentes para fomentar la igualdad.

El 28 de abril votamos entre estos dos modelos sociales. Lástima que en la campaña y en los programas no se argumente suficientemente esta dicotomía; en unos mucho menos que en otros, claro está, porque no es verdad que todos los políticos sean iguales.

En todo caso, sea cual sea el resultado electoral, a los ciudadanos nos corresponde a partir del 30 de abril exigir a los partidos que asuman que la sociedad necesita grandes cambios, que haya un debate social y que se definan mas y mejor en los grandes asuntos.

Y mantener las movilizaciones sociales, y arrollarles, porque las “organizaciones” de los partidos no tienen arreglo (aunque unos menos que otros, insistimos).

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