El tren de los sueños, del onirismo terrorífico que invade las noches de muchos ciudadanos llega a una estación que está muy bien iluminada, siguen bajando, como siempre: la pena, el paro, las hipotecas, el susto, la desconfianza y los interrogantes con olor a miedo social.

La retórica económica llega silenciosa y sube al tren, apenas sin ser vista por los viajeros, la inefable deuda no duda y se aposenta en las espaldas de los contribuyentes viajeros, para que la sanción prevista se estanque unos meses y los nuevos recortes no se dejen ver, para que bajen los impuestos de boquilla electoral y que de esta forma suba momentáneamente la moral ciudadana, ahíta de tanta palabrería.

La gente de negro, que está en la estación, retira a los expectantes viajeros, que están en el andén, con inusitada brusquedad, para ofrecer paso franco al hombre de los pies de membrillo y baba pertinaz que ha bajado a decir a quien le quiera escuchar las bondades que brotan de su eficacia. Le sigue la ilusión gruñona y marisabidilla que advierte de lo malo de los cambios no bendecidos por los censores de lo global.

Se escucha un tronar a los lejos, no es una tormenta, es el macho cabrío que se acerca para participar y poner fin al oprobio.

Se despiden con aire de frustrados triunfadores, apenas sin voz y con aire escaso, de los desconocidos que les ofrecen la espalda lordótica y las genuflexiones intermitentes, que sonríen y sonríen desde la seriedad de su oficio entre tinieblas.

Los hombres de negro siguen abriendo paso dentro del vagón de festejos, plagado de banderas, unas rojas, otras azules…, mientras se apoderan de los libros con anotaciones en B, que les harían parecer culpables ante desconfiados. Se abre el silencio, rumores sordos y máxima expectación, abordan el tren con premura y gallardas evoluciones: La tasa Tobin, las tramas mil y las sucursales bancarias de los paraísos fiscales, llamadas por otros paraísos fecales, la auditoría, renqueante, llega acompañada por su psiquiatra de cabecera cuando el tren hace silbar a la máquina, indicando su inminente salida hacia la estación Susto.

Los ciudadanos irritados, abrumados, consternados, suben y bajan del tren al andén y del andén al tren, no saben qué hacer, ni saben si seguir al hombre de los pies de membrillo o al mandarino sonriente y jovial, adalid de causas perdidas y con ritmo del vals venezolano, quizá lo mejor sería esperar a un siguiente tren que nadie sabe a ciencia cierta si llegará alguna vez o descarrilará antes de llegar a su destino ¡Aunque!, nadie sabe muy a ciencia cierta cuál es el destino final de dicho tren, como tampoco nadie sabe con certeza si este tren tiene destino o su destino es el mismo tren…descarrilar.

Es posible que pase por allí el gran macho cabrío y los viajeros confusos puedan unirse a él.

Al fin la locomotora se pone en movimiento, las ruedas chirrían una vez, más irritadas por las reformas constantes de resultados negativos, ora el IVA, ora el IRPF, ora los microsueldos raquíticos de los empleados que no han podido migrar, ora las pensiones desafectas de los presupuestos generales, ora…pro nobis, mísere nobis.

El andén queda en la más solemne oscuridad, algunos pasajeros con banderas rojas y rosas ídem se quedan expectantes mirando al futuro y repasando el artículo 135 de la Constitución, mientras, el convoy, con extrema lentitud, se abre paso entre la dolorosa oscuridad, la luna y las estrellas se han dado la vuelta para no alumbrar a las normas que son la base de la incoherencia social. Los protohombres conducidos por aquel que tiene los pies de membrillo siguen saludando a nadie y realizando genuflexiones al poder exterior con interrogantes en sus chaquetas.

A lo lejos el eco del macho cabrío irrumpe con fuerza y los nervios se tensan. Hay voces, ecos en la oscuridad del Solsticio de Verano, que parecen generar más luz en esta corta noche donde todos los sueños se hacen realidad, donde se quema lo malo y se abre la puerta al cambio.

Por las ventanillas, a uno y otro lado de las vías, se dejan ver las hogueras cargadas de calamidad, hambre y pasados coherentes.

Se alegran de la visión del trabajo bien hecho los afligidos protohombres, hasta que advierten que de las hogueras se desprenden teas encendidas que intentan otorgarle al tren de los sueños luz propia, también al hombre de los pies de membrillo y continuo babear, ellos no saben de hacienda ni de tramas ni de sobres palpitantes, pero las teas, sin piedad, quieren entrar por las ventanillas, los atolondrados protohombres se apresuran a cerrarlas, pero las teas lanzan sus advertencias con fiereza incomprendida y mensaje sonoro al presuntuoso pasaje del vagón de las fiestas: ¡Mamarrachos, incompetentes, secuestra futuros! , se oye decir a las teas.

El vagón mandarina, sospecha que algo de eso puede llegarle y sonríen sus viajeros temerosos de ser descubiertos, todos a una, a la voz de ya, comienzan a cantar esa canción infantil que tanto gusta escuchar a las masas sordas: Vamos a contar mentiras tralará, vamos a contar mentiras…

En el vagón de las rosas rojas con banderas ídem, muchos viajeros siguen sin encontrar su asiento, algunos se apean en marcha, el líder juega a encestar pelotas fuera mientras sonríe pretencioso y explica con miedo , eso de que: aquí no pasa nada, ¡vamos a ganar!

Cada vez las imprecaciones van siendo más y más violentas, más y más sonoras: ¡Bichos, Lelos, Vendidos, Chupones, Rufianes, Mangantes, SobresTimados…! Las teas están muy cargadas de fuego dolorido que al hacer blanco sobre las ventanillas ilumina expansivamente los vagones, el mandarino y el de las banderas bancarias, emulando los vistosos fuegos artificiales, en otra hora más lúdicos e inofensivos.

La zozobra explosiva hace mella en el pasaje estupefacto, que emerge en medio de la confusión, por obra y gracia a la incorrecta dialéctica mantenida hasta el momento.

Unos opinan que sí, que la dialéctica con Europa es clara y perfecta, otros, opinan que puede hacer falta más dialogo con el interior pero, esos sí, con interlocutores válidos. Todos entienden que los interlocutores válidos serán introducidos por el hombre de los pies de membrillo y aplauden su gran idea mientras genuflexionan y vuelven a genuflexionar.

El macho cabrío no deja de hacerse escuchar, tensa el ambiente por el olor a cambio, la luna, desde su amorosa languidez de plata, parece hacerle guiños.

Las teas siguen refunfuñando su indignación y desprecio: ¡Hipócritas, desalmados, carroñeros, inmundos, chupones, demagogos, mediáticos…!

Poco a poco, los pasajeros se van acostumbrando al resplandor de las teas cuando chocan contra el tren y a sus inflamadas reflexiones sobre sus capacidades y competencias. Al poco tiempo, a los ausentes de: “por qués” y de “cómos”, le sirve de grata distracción, ven con agrado como el pueblo poco avezado en las artes de las finanzas les aclama con luces frenéticas y excretan sobre sus nefandas oratorias. Ellos confían que ya han tocado suelo y que, de cualquier forma, todo les irá mucho mejor.

Es la noche del Solsticio de Verano, todo tiene su porqué. Los hombres de negro visan y revisan los libros de contabilidades en B y se los ofrecen a las dolidas teas, refulgentes de esperanza en el cambio.

Ojo, el fauno del Solsticio, llama al macho cabrío para que en esta noche, la más corta del año, se haga fuerte y venza al hombre de los pies de membrillo y a su apóstol de sabor a mandarina y batucada venezolana.

En el horizonte se aprecia una silueta inconfundible a la que le acompañan los vientos Céfiros, los del Norte y Levante, el Cierzo y la Galerna, el Terral y la Tramontana.

Ellos llevan, a todos los puntos que lo quieran escuchar, el sonido del intenso trotar del macho cabrío.

La noche se va a acostar, las hogueras se apagan, la luna se esconde sonriente mientras el alba se hace fuerte, es la mañana del cambio, ya se quemó lo inútil e inservible, abramos la puerta a nuevas esperanzas.