Al margen de la polémica suscitada por el cartel “El verano también es nuestro”, a través del cual el Ministerio de Igualdad denuncia la violencia social y mediática ejercida sobre el cuerpo de las mujeres, me gustaría aportar algunas reflexiones sobre esta campaña, excelsa en su idea y fallida en su ejecución.

Primero de todo y a pesar de la instrumentalización política de la que está siendo objeto el cartel en cuestión -y el Ministerio con su ministra a la cabeza, ya de paso-, quiero subrayar que un ministerio estatal no puede permitirse el lujo de cometer errores de bulto tan groseros y obvios, y menos si es un ministerio mediático y en el foco de todos los ataques, como es el de Igualdad. No es asumible, tampoco, que la disculpa sea la ignorancia, en el sentido de que unas imágenes sean usadas sin licencia pensando que “eran libres”; no es serio, ni profesional, sino más bien adolece de diletantismo y arribismo; pero sobre todo nos hace un flaco favor a las mujeres y al Feminismo.
La responsabilidad es de la diseñadora ¡claro! pero el Ministerio tiene responsabilidad también al ser la parte contratante.

Dicho esto -de los errores se aprende-, la campaña en sí misma parte de una idea magnífica y que ya era hora que fuera abordada públicamente desde el Estado.

Denunciar la violencia mediática que viene ejercida sobre el cuerpo de las mujeres forma parte del Feminismo en su aspecto más reivindicativo y político. Recordemos que en los años 70 del siglo pasado, los años de la revolución sexual, en las manifestaciones icónicas de las mujeres por el derecho al aborto, a los medios anticonceptivos y al disfrute sexual en libertad, venía de la mano el gesto importantísimo de quitarse el sostén.

Es decir, asociar nuestro cuerpo de mujeres con cuerpos políticamente poco correctos al disfrute, -como ha hecho en esta ocasión el Ministerio de Igualdad- al mismo tiempo que denuncia la violencia ejercida sobre nosotras y dice El verano también es nuestro, mostrando una serie de mujeres diversas y muy poco ortodoxas con el canon femenino patriarcal disfrutando en la playa, es todo un logro político en el que hay que seguir profundizando e insistiendo.

Porque la idea (y el cartel) va más allá de la “gordofobia” pues incluye la denuncia explícita de la violencia estética ejercida sobre el cuerpo de las mujeres: gordas o muy flacas, viejas y llenas de arrugas, bajitas o excesivamente altas, con tetas o sin ellas, peludas o calvas…. caucásicas, africanas, asiáticas, indígenas….alegres o tristes….da igual, todos los cuerpos son sagrados y todos los cuerpos son bellos…y naturalmente esta denuncia, centrada en las mujeres es extensible también a los hombres, que el neoliberalismo salvaje, voraz y depredador en el que vivimos, también a ellos les esclaviza.

La frase “… para que seamos felices y disfrutemos de la playa y de la vida…” que la Ministra defendía, es acertada en su esencia, pues habla de disfrutar de la vida, tengamos el cuerpo que tengamos; resume dos reivindicaciones propias del feminismo y propias de la izquierda laica: el respeto a la diversidad, el orgullo y la alegría del mismo y la alegría y el gozo de vivir, -la vida no debe ser sufrimiento sino goce y alegría, pues solo tenemos una-. Y abundaba más en el laicismo progresista: Todos los cuerpos son válidos y tenemos derecho a disfrutar de la vida como somos, sin culpa ni vergüenza.

La culpa y la vergüenza, esa maldición judeocristiana que especialmente a las mujeres nos persigue.

En resumen, un asunto trascendente, banalizado por un error de cálculo que sin duda no debería haberse producido.

Confío en que se retome con seriedad la lucha contra la dictadura mediática y neoliberal del canon de belleza femenino, que viene impuesto desde posiciones ideológicas que quieren a las mujeres de vuelta al dominio de lo privado y ser expulsadas de lo público; es decir, retroceder 50 años, pues esta fue la última gran conquista del movimiento feminista, conquista que aún resulta ser muy frágil.

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