Año 2015. Año de elecciones autonómicas y municipales. Tras seis largos ejercicios de crisis, los dirigentes políticos españoles dicen que ya solo toca crecer. Atribuyen la buena nueva a su gestión, sus decisiones, sus normas impuestas sin consultar a una ciudadanía a la que le cayó encima la recesión sin aviso previo. Esa ciudadanía que, justo ahora que se acerca el momento de las urnas, ve cómo se anuncia la vuelta de las inversiones y las políticas para los menos favorecidos y cómo se reducen o eliminan impuestos y tasas que les aplicaron en los peores momentos.

Nadie menciona si lo ocurrido durante estos años tuvo que ver con decisiones tomadas igualmente por ellos, por los dirigentes políticos, que hipotecaron el fondo común muy por encima de las posibilidades de los ciudadanos. Ellos son la causa de la recuperación, nunca del desastre. Ellos toman decisiones duras que soportan los votantes, nunca decisiones equivocadas que provocan la asfixia.

De todo ello hablamos en una interesante charla en la Asociación de Vecinos “Valle-Inclán” centrada en lo ocurrido en Madrid antes y durante la crisis.

La ciudad de Madrid es el perfecto ejemplo del movimiento de acordeón que mueven los políticos y del que viven grandes constructoras y bancos, como cuento en mi libro Crisis, S.A. (Akal, 2014). A ellos no se les cambian las condiciones, no se les falla. Madrid, con Alberto Ruiz-Gallardón como alcalde, hinchó el fuelle de las inversiones en obra pública hasta saltarse todas las normas impuestas por Europa.

La deuda de la capital pasó de 1.445 millones de euros a finales de 2003, a 6.348 millones a finales de 2011, cuando Gallardón descubrió de forma repentina que quería ser ministro. La cantidad superaba la deuda conjunta de las otras cinco capitales de provincia con más de 500.000 habitantes (Barcelona, Málaga, Sevilla, Valencia y Zaragoza). Gallardón se había dejado además cerca de 1.400 millones de euros en facturas pendientes de pago metidas en los cajones. La banca prestó miles de millones para que el alcalde luego ministro abriera zanjas, tunelase y construyese edificios olímpicos para una ciudad que nunca logró la antorcha.

Para incrementar una deuda que había alcanzado el límite fijado, creó empresas públicas y mixtas y prometió que eran ellas las que asumían el riesgo a pesar de que Europa le decía que a quien estaba endeudando, dijese lo que dijese, era a los madrileños.

Ellos han soportado una tasa llamada de basuras que ha supuesto alrededor de 130 millones de euros al año. Ellos han visto cómo la recaudación del IBI aumentaba en 200 millones en 2014 respecto a 2012 con cargo a sus bolsillos. Ellos pasean por calles sucias porque la fórmula de contratos integrales supone permitir a las empresas abocar a los trabajadores a condiciones laborales de miseria y reducir el servicio hasta que les sea rentable.

Ana Botella se va en 2015. Ha cumplido su labor, se ha encargado del segundo movimiento del acordeón, el que estruja los bolsillos de los ciudadanos hasta asegurarse que se paga hasta el último euro comprometido. El que permitirá que Madrid recupere en 2023 el nivel de deuda que tenía cuando llegó Gallardón. El que ha hecho que uno de cada cuatro euros del presupuesto municipal haya caído en el bolsillo de la banca en forma de pago de deuda e intereses en plena crisis.