
Ahora se ha puesto de moda el EBITDA en la medicina «público-privada», ese negocio redondo por el que lo privado nunca pierde pues lo público abona a lo privado lo que deje de ganar por encima de lo acordado por sus servicios o lo que hayan excedido sus costes en la atención a los pacientes.
Esas siglas del inglés, ¡somos así de gilitontos!, significan: EARNINGS BEFORE INTERETS, TAXES, DEPRECIATON AND AMORTIZATION y en castellano hispano: BENEFICIOS ANTES DE INTERESES, IMPUESTOS, DEPRECIACIÓN Y AMORTIZACIÓN.
Entonces, cuando un CEO (Consejero delegado) del negocio público-privado sanitario dice que «hay que alcanzar un EBITDA de cinco kilos» , «cómo sea», los pacientes se entiende que son para la empresa público-privada como «vacas lecheras» a las que hay que ordeñar convenientemente,
Y ¿cómo se hace ese «sea como sea?», pues también se dan algunas indicaciones ahora conocidas, pero… deja abierta la ventana, amplia y generosa, ya que luego lo público lo paga: Se coge a las «vacas lecheras» y se les aplica la «medicina EBITDA que consiste en enchufarlo a la máquina de ordeñar y se le hace todo lo necesario, posible, superfluo o innecesario: análisis recientes , los de hace un mes ya no sirven, y repetirlos, heces y esputos incluidos, cada tres meses; radiografías de frente y de perfil, ídem; pruebas de todo lo imaginable, incluida la capacidad pulmonar, resonancia magnética, electrocardiograma y prueba de esfuerzo; intervenciones a gogo para todo lo que sea urgente, o no, preciso, o no… «¡para estar seguros!»
Así, se logra el EBITDA establecido para cada ejercicio, que no es tanto si hay que descontar luego los «gastos operativos», oye… «¡qué paga lo público!»
Y las «vacas lecheras» se van contentísimas por lo bien que les han ordeñado en la sanidad público-privada.