Hace pocos días me reencontré con un viejo amigo, viejo porque tiene mi edad y amigo, porque hemos seguido conservando ese algo tan preciado como es la necesidad de conversar sobre nuestras vidas y reflexionar sobre las ideas (algunas de casquero), a lo largo de todos estos años, siempre desde el respeto.

Rafael, también disfruta de una merecida jubilación, pasa su tiempo viajando por las zonas más insospechadas del planeta y como contrapunto, cada poco tiempo se pierde en un antiguo monasterio de la provincia de Teruel, está alejado de todo y de todos, allí se convierte en ratón de biblioteca: husmea, investiga, copila y publica. Lo último que ha hecho es la biografía de uno de los monjes que allí vivieron y que, por los imponderables de la edad, dejó este mundo poco tiempo atrás.

Rafa es un hombre metódico, estudioso, raro desde jovencito. Como las diversiones de los demás no le llamaban la atención, no perdía el tiempo en intentar sacarle gusto a esas experiencias y lo ganaba hincando codos. Un cerebrito. Con decir que solo tuvo una novia, la que luego sería su mujer, y que nunca se le conoció ningún amorío extramatrimonial… Lo más extraño de él, es que siempre se dedicó al derecho de familia: separaciones, divorcios y este tipo de actividades que más parecen estar relacionados con la lucha libre conyugal que con el respeto humano.

Tras comer nuestro cocido mensual, charlamos mientras paseábamos un poco. Un tema recurrente desde hace meses es la Dana. Él me enseñó algo que había escrito mientras, sentados en una terraza de Rosales, tomábamos un último café antes de despedirnos.

Quería que, durante la misa del siguiente domingo, cuando ya estuviera incorporado al monasterio turolense, los monjes le permitieran leer aquella nota. Me dio una copia y me dijo que, en caso de que no se lo permitieran, mirara la posibilidad de que se leyera por algún medio.

Al cabo de unos días recibí un guasap en el que me decía no haber sido posible su  lectura. Por tanto, si se me permite, voy a reproducir esta carta para darle visibilidad, creo que a nadie importunará.

Dice así: En ocasiones me pregunto si la historia es una olvidadiza o solo lo parece, ¿los humanos recelamos de ella o nos importa un pimiento morrón lo que pasó antaño? No lo sé.

Desde que era un mocete recuerdo haber escuchado cosas como que, la misma metedura de pata belicista y expansionista que tuvo Napoleón en su campaña contra Rusia, la  mantuvo el no menos expansionista belicista Hitler, unas cuantas décadas después. Ese es el motivo por el que se le consideró un estratega enfermizo, maniático y de muy bajo perfil. En Santander decían: “El hombre es el único animal que tropieza dos, tres y hasta treinta y tres veces, en la misma piedra. Solo hay que darle tiempo”.

Con este tema de la Dana y la manifiesta incapacidad para gestionarla con la premura necesaria, me llevó a pensar en el histórico Gran incendio de Londres, comenzó la noche del 2 de septiembre de 1666, casi podremos reconocer el número de la bestia según señala el capítulo 13, versículo 18, del Apocalipsis.

Todo comenzó en el horno de Thomas Farrier, panadero en Pudding Lane, un barrio viejo del Londres medieval, la casualidad en forma de viento hizo que el incendio de la tahona creciera a lo largo de la noche de una forma descontrolada. No existían bombas de agua, ni brigadas profesionales de bomberos, lo única técnica que tenían para apagar los fuegos devastadores era la de abrir cortafuegos, ya que las casas de madera estaban todas unidas y las calles eran muy estrechas, solo se podía tirar las casas de las inmediaciones a fin de abrir un pasillo lo más ancho posible y así evitar que las llamas se propagaran por aquellas casas construidas mucho tiempo atrás. El resultado de aquel incendio fue sobrecogedor, ardieron 87 iglesias y se destruyeron más de 13.000 casas.

El alcalde mayor de la ciudad, dudó durante demasiadas horas sobre lo conveniente de activar las medidas de emergencia: las demoliciones de casas, para abrir cortafuegos.

Cuando al fin se quiso controlar el incendio, ya no fue posible. Se logró apagar el día 5 de septiembre. Hubo muchos muertos, aunque se desconoce la cifra.

El alcalde de Londres no asumió el liderazgo para activar el protocolo de actuación, pero sí era considerado el responsable de tomar las decisiones oportunas para evitar la tragedia: abrir cortafuegos. El incendio duró más de setenta y dos horas y todo un barrio, hasta la catedral de Saint Paul, sufrieron los efectos del fuego.

Al final ese nefando incendio que ha quedado en los anales de la historia, donde unas 75.000 personas quedaron sin hogar, sirvió para construir un nuevo barrio, conocido en la actualidad como la City.

¿Quién hubiera podido pensar que de tamaña desgracia surgiera tan típico barrio londinense?

¿Fue el azar? Me refiero a que el azar hizo que el fuego se iniciara en un lugar con mucho material combustible, que las casas aledañas también lo fueran, que la velocidad del viento ayudara a su propagación en un tiempo récord y que la falta de liderazgo del responsable de dirigir la protección y la seguridad de los vecinos dudara, dudara durante muchas horas. El azar quiso que, gracias a todos esos contratiempos, pocos años después se levantara un magnífico barrio. El azar quiso que muchos constructores de distintos países se trasladaran a Londres para reconstruir el barrio perdido. El azar quiso que, con el aumento de mano de obra los salarios bajaran. El azar quiso que el gremio de constructores que regulaban los salarios hasta entonces desapareciera. El azar quiso que los especuladores, incipientes capitalistas, organizaran el nuevo mercado de la construcción.

El incipiente sector del capitalismo inmobiliario, por causa de la conducta del alcalde mayor de la ciudad, abrió las puertas a aquellos empresarios de la construcción que vieron la posibilidad de hacer una millonada del descalabro. Las casas no podían construirse con esos materiales tan poco fiables, la madera seca arde como la pólvora.

En la City, se crearon calles más anchas que servirían como corta fuegos, los edificios serían más altos, de ladrillo y piedra… En pocos años, la “crem de la crem” financiera llegó a aposentar sus reales en aquel infortunado lugar.

¿Tendrá alguna similitud con la extraña gestión que se tuvo durante la reciente Dana, en una región española? Tras el agua llega la reconstrucción, hay empresas que ya han comenzado a llevar a cabo esta. Los responsables de la negligencia quieren pasar página y han decidido hacer borrón y cuenta nueva. Solo tienen un afán: la reconstrucción.

Algunos se preguntan que hay bajo el barro. Las manifestaciones son noticia, la gestión de la reconstrucción ha pasado a un segundo plano.

Los buitres del capitalismo más casposillo han comenzado a comprar esas casas bajas que fueron anegadas en su día, a precios muy competitivos. Los casposillos constructores presionarán para que se permita construir edificios de varias alturas, que servirán para dar cobijo a esos vecinos que lo perdieron todo, que recibieron un dinero por su casa y que luego la constructora se lo pedirá tras levantar la nueva construcción y  que, los casposillos especuladores, venderán el resto de viviendas al turismo casero e internacional a precios prohibitivos.

Da que pensar y preguntarse: ¿podría ser el momento en que las administraciones se hicieran cargo de llevar a cabo todo eso de la reconstrucción de una forma socialmente sensata, para evitar que se especulara como en el Londres del siglo XVII?, y llevar a cabo un desarrollo urbano e industrial de las zonas afectadas, más seguro, sin viviendas en los cauces secos de ríos y ramblas. Todo parece indicar que ese urbanismo modélico no interesa, no da beneficios, es mejor que se encarguen los intermediarios de la nueva organización urbana en aquellos territorios afectados.

En el fondo están en su derecho, en ningún lado se ha prometido que; en caso de desastres naturales, las administraciones que gestionan el desastre se pondrían a trabajar para generar un desarrollo de la seguridad de vecinos y pueblos. Tampoco los vecinos, tras lo que les vino encima, están para exigir participar en la reconstrucción, tienen suficiente con el dolor por la pérdida de sus seres y enseres queridos que armonizaban la cotidianidad de su ya perdida cotidianidad.

Quizá todo se base en algo intangible e inasumible en estos tiempos de pachangas variadas: Respeto a los ciudadanos y evitar caer en los cálculos que propicia el capitalismo casposillo y apátrida.

Sí, alguien me dijo que el patriotismo no suena a himno, no ondea al viento, es algo que tienen a bien tener y manifestar los seres que creen que la dignidad de sus semejantes es un tesoro superior a un cheque en blanco o al de un sueldo por varios lustros, coche oficial, asesores, despacho y poltrona. Alguien escribió que el patriotismo es intentar que la sonrisa de un niño surja.

Son las dos caras de una moneda: libertad individual para llenar la bolsa o libertad para hacer las cosas en base al bien común.

He dicho.

De lo que se desprende, según mi corto entender, es que Rafa, tras muchos años de andar por la vida, no ha aprendido nada.

Solemos decir, cuando vemos que un tema de nuestras habituales conversaciones no tiene solución: Siempre nos queda la isla.

Es una forma de hablar como otra cualquiera, simplemente buscamos el mirar para otro  lado y recordar la isla de Utopía.

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