Hans

¡Más vale tarde que nunca! y este dicho tanto vale para el dedicando de este artículo (tristemente fallecido el 29 de marzo pasado) como para el contenido del mismo.

La memoria es el pasado, el presente y desde luego el futuro que se construye a partir de la memoria: hablo de la memoria psicológica y emocional que va unida a la memoria social, comunitaria en términos anglosajones.

La desgracia de las personas que pierden la memoria por demencias vasculares o mixtas, en edades avanzadas, es que realmente “no saben quienes son”, han perdido la cualidad fundamental del ser humano, la conciencia de sí, la conciencia del ser.

Esto mismo es aplicable a las naciones, los estados y los países, los pueblos en definitiva.

Nuestra “Ley de memoria histórica”, 1 como se la conoce popularmente, es sin duda apropiada: si es correcta, suficiente o insuficiente forma parte de otro debate en el que ahora no voy a entrar, como tampoco voy a entrar en si se cumple o no, o si se dota económicamente o no. Pero sí quiero decir que, así como las personas, los individuos que olvidan su pasado están “condenados” a repetirlo y lo que es peor, sin conciencia, las comunidades, los pueblos que olvidan su Historia, están perdidos; no tener memoria de nuestro pasado reciente o remoto, es una inconsciencia para la construcción en convivencia de un pueblo.

Me gustaría hablar de la lucha que tanto Hans como Gloria Cavanna, desde la Asociación “Valle Inclán”, han venido realizando por dotar de reconocimiento y reparación moral y social, a las personas que se comprometieron con la Democracia, tanto durante la II República, como durante la Guerra Civil, así como la Postguerra, la larga Dictadura y la Transición y entrada en la Modernidad de nuestro País.

Una de las acciones concretas de estas luchas es la propuesta de nombres para las avenidas, calles, plazas y jardines de nuestro Distrito 2.

Pero me gusta seguir insertando párrafos de la Ley, por ejemplo en la exposición de motivos:

El espíritu de reconciliación y concordia, y de respeto al pluralismo y a la defensa pacífica de todas las ideas, que guió la Transición, nos permitió dotarnos de una Constitución, la de 1978, que tradujo jurídicamente esa voluntad de reencuentro de los españoles, articulando un Estado social y democrático de derecho con clara vocación integradora.

Y más adelante:

(…) en dicho precepto se hace una proclamación general del carácter injusto de todas las condenas, sanciones y expresiones de violencia personal producidas, por motivos  inequívocamente políticos o ideológicos, durante la Guerra Civil, así como las que, por las mismas razones, tuvieron lugar en la Dictadura posterior.

 

(…) En los artículos 5 a 9 se establece el reconocimiento de diversas mejoras de derechos económicos ya recogidos en nuestro Ordenamiento. En esta misma dirección, se prevé el  derecho a una indemnización en favor de todas aquellas personas que perdieron la vida en defensa de la democracia, de la democracia que hoy todos disfrutamos, y que no  habían recibido hasta ahora la compensación debida (art. 10).

Y para no extenderme demasiado con citaciones, termino con ésta:

(…) Se establecen, asimismo, una serie de medidas (arts. 15 y 16) en relación con los símbolos y monumentos conmemorativos de la Guerra Civil o de la Dictadura, sustentadas en el principio de evitar toda exaltación de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura, en el convencimiento de que los ciudadanos tienen derecho a que así sea, a que los símbolos públicos sean ocasión de encuentro y no de enfrentamiento, ofensa o agravio.

La Ley es de fácil acceso en internet, de manera que no considero necesario extenderme más con citas de la misma, sin embargo, sí me parece importante resaltar el énfasis que pone en algo que no está todavía incorporado a nuestro lenguaje cotidiano, la reparación moral a las víctimas, que es precisamente donde se sitúa el núcleo de la Memoria.

El controvertido Bert Hellinger -teólogo, pedagogo y filósofo conocido por ser el creador de las constelaciones familiares, una especie de psicodrama de fondo cristiano- da en el clavo cuando apunta hacia la reconciliación entre “víctimas y verdugos”; recordemos la magnífica película de Roman Polansky “La muerte y la doncella”, tampoco exenta de controversias.

Lo que quiero decir es que cambiar los nombres de los espacios comunes ciudadanos y comunitarios, es un gesto importante y hermoso, además de necesario. No solamente nos reconcilia como sociedad, como país, como nación, sino que también nos pone en paz con nuestra conciencia; nos sitúa en otro espacio más tranquilo, menos violento y ruidoso, más justo en suma.

La asociación Valle Inclán, entre sus propuestas nominativas para nuestro Distrito incluye una “Arturo Manchado y Nieves Torres”, mis padres, ambos luchadores incansables por la Democracia y Nieves represaliada en las cárceles franquistas durante más de 16 años.

Hans Gärtner fue un incansable defensor de la Ley, de propuestas municipales modernas y de esta propuesta en concreto.

Quiero rendir homenaje a su memoria y reivindicar, también para él, el nombre de una calle, plaza o jardín: el distrito, además tiene una enormidad de espacios SIN NOMBRAR, que es, si cabe, aún peor, porque lo que no se nombra no existe, a Lacan me remito.

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1- LEY 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas
en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura.

2- Chamartín, el cual por cierto mantiene todavía “gloriosos” nombres como Plaza de Arriba España o Caídos de la División Azul, por citar dos solamente. Parece que ya ha sido aprobado el cambio nominativo, aunque en los callejeros siguen figurando con esos nombres, que desde luego no inducen a la reconciliación.