Mas que un balance de lo que nos ha caído encima en 2020, parece oportuno plantearse que se puede esperar del año próximo.

Es necesario hacer esfuerzos por entender que esta pasando, porque solo si se es capaz de pensar y entender los problemas que hay delante se podrá plantear colectivamente soluciones que permitan cambios de valores y costumbres, y la creación de oportunidades, para abordar transformaciones sociales que no solo ayuden a capear el corto plazo, sino que permitan cambiar la deriva que nos arrastra hacia males aun mayores a medio y largo plazo.

Desde hace décadas arrastramos una crisis sistémica acelerada por las políticas neoliberales, que acentúan la explotación, desigualdad, deterioro de los servicios de bienestar e insostenibilidad. Especialmente desde la crisis de 2008, que sigue sin resolverse, se había llegado a 2019 con mayor injusticia social e insostenibilidad, y, aun peor, con una progresiva desconfianza en el sistema político; algo que con la pandemia se ha sentido de forma mas cruda. En 2021 y años siguientes nos atenazará la deuda, publica y privada, continuaran la precariedad, el paro, la escasez de demanda… una crisis económica que salvo transformaciones significativas en el enfoque de economía política, pagarán los de siempre y que a medio plazo afectara a la sociedad y la naturaleza en su conjunto.

De telón de fondo la crisis ecológica avanza, pues las políticas nacionales y multilaterales empiezan a reconocerla pero no la abordan, por la presión de los poderes económicos que no aceptan que se priorice la habitabilidad planetaria a sus sistemas consolidados de obtención de ganancias.

Todo ello se refleja ferozmente en la vida cotidiana de la ciudadanía, a través de una crisis urbana con abandono de lo rural, falta de empleo, pobreza de cada vez mas amplios sectores, falta de vivienda asequible, degradación de servicios públicos y del medio ambiente… que incluirán, si seguimos así, nuevas pandemias descontroladas, cambio climático y otras calamidades, provocadas por la forma de civilización que venimos consolidando. Estamos en la sociedad del riesgo, como la describió U. Beck hace treinta años.

Pero, probablemente, en la coyuntura actual -en particular en nuestro país- la dimensión más alarmante que se vive es la desconfianza en el sistema político, ya que toda la problemática a enfrentar avanza sin que parezca que hay capacidad de entender lo más básico: que está en nuestras manos cambiar las cosas y que se ha de hacer frente a los conflictos de poder, para que no se condicione la política democrática priorizando la ganancia económica de los menos por encima de la evolución progresista del bienestar social de los mas, y de la habitabilidad planetaria para todos.

En lo que va de siglo, la desilusión con la política ha favorecido el que algunos sectores sociales, que se consideran agraviados por la globalización, estén adoptando posiciones populistas echando la culpa de su “descuelgue” no tanto al sistema económico que lo provoca sino a “otros”, impulsando el: sexismo, racismo, xenofobia, aporofobia… de acuerdo con ideologías ultra, que se basan en un individualismo egoísta, que desprecia lo común, lo colectivo y a la personas desfavorecidas,

En esta legislatura, en España, la derecha política siguiendo el afán de otros países europeos y USA, ha exacerbado la utilización de tácticas populistas y, para desbancar a un gobierno que intenta desarrollar políticas de centro-izquierda, ha tratado de deslegitimar su origen democrático y crispar el debate publico, mediante bulos y eslóganes publicitarios, siguiendo las tácticas populistas lanzadas por Bannon y Trump pensadas para actuar como influencers soslayando una democracia deliberativa.

Con la caída de Trump de la Casan Blanca, se puede esperar una reducción de la efectividad de las tácticas populistas, pero no su desaparición que parece estar anclada en VOX y sectores del Partido Popular.

Ante una etapa de cierta estabilidad del gobierno de coalición, tras la aprobación de los presupuestos generales, y según sean los resultados de las elecciones catalanas en febrero, es posible que la política española pueda retomar debates argumentados, sobre temas importantes de gobernación, identidades territoriales, leyes importantes incluidas en el programa de gobierno y políticas económicas para el plan de recuperación. Algo que brilla por su ausencia, ya que la oposición de derechas no acepta, hasta ahora, el “derecho a existir” del gobierno de coalición.

Quizás lo mejor de la política durante la pandemia ha sido la comprobación de que la sociedad civil ha practicado la solidaridad y los cuidados, que defiende lo común (como la sanidad, la educación, el transporte publico o los servicios de proximidad). La salida de la crisis debe valorar lo local, la cooperación, la coordinación y el apoyo mutuo; y el refuerzo de las instituciones: unas que están resultando insuficientes o inadecuadas por falta de medios y otras que están bajo sospecha por falta de confianza y de mandatos claros.

Si en 2021 no se recupera la practica de que el debate político se base en argumentación, valores y racionalidad, apenas seremos capaces acometer acciones que enfrenten de forma democrática y eficaz, las crisis social, económica y ecológica. Hay que hacer valer que la política supone pensar y decidir en común sobre nuestra vida colectiva, para eso debe servir la democracia.

Esto es lo que se debe esperar de 2021 para, desde ahí, poder abordar lo demás.

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