Un buen día del presente año me noté un bulto en la ingle izquierda. Soy médica y lo primero pensé es que podría tratarse de un ganglio infartado de esa zona, a consecuencia de la cojera prolongada de la pierna de ese lado, motivada por una afección neurológica de larga duración.

No obstante, pasado un tiempo considerable opté por consultar en mi centro de Salud. El diagnóstico, tras la exploración, fue de hernia inguinal y que su tratamiento sería quirúrgico en unos seis meses. Estábamos en verano.

A lo largo de ese periodo el bulto continuó sin novedad, salvo la molestia en el punto situado. Tengo 87 años, numerosos problemas de salud, sobre todo de carácter neurológico y enormemente dolorosos, que requieren medicación importante varias veces al día para poder desenvolverme medianamente. Vivo sola.

Cuando por fin fui citada para la intervención el 17 de octubre, la fecha cayó en fin de semana, gracias a lo cual mi hija podría acompañarme, libre de viajes frecuentes por causas laborales, y permanecer dos días más conmigo.

El viernes 17 llegamos al Hospital con media hora de antelación: las 10:30h. Eran las 13:30 y continuábamos aguardando a ser llamada en la sala de espera junto a otros pacientes. Salí en dos ocasiones para preguntar a una empleada situada en una cabina de control si sabría cuando seria mi turno, sin que me proporcionara información alguna en las dos frases secas y despectivas que pronunció.

Hacia las 14h me llamaron por fin y me condujeron a una sala muy grande, pre quirófano, en donde permanecí una hora más, en una camilla con el camisón, patucos y gorro hospitalarios. Y así como nos habían exigido previamente medidas exhaustivas de higiene personal hasta bucales, una limpiadora realizaba su tarea, barriendo, fregando cristales, recogiendo sábanas usadas de camillas vacías y vaciando cubos con agua sucia.

A esas horas ya era llamativo el aumento de mis dolores habituales que reclamaban las dosis necesarias de medicamentos. Se lo comuniqué a una joven enfermera que paseaba continuamente por la sala; ni siquiera se acercó a mi, pero me dijo de manera rápida que ya en el quirófano me darían “cositas” para que no me doliera nada y siguió su paseo. El problema era que mi hija de la que me encontraba separada se había quedado con mi bolso, donde se encontraba el pastillero con los fármacos necesarios.

Intenté hablar con alguna de las enfermeras adultas alguna vez, para hacerles la misma petición y sus respuestas fueron “que estuviera tranquila que todo se arreglaría”. El dolor acuciante, el nerviosismo y mi ansiedad estaban al límite, me sentía abandonada, indefensa por completo, cuando vi entrar en la sala a mi hija que se acercaba con semblante triste y a punto de llorar, me dijo que le habían comunicado tres personas con uniforme que tenían una mala noticia que darme.

Ella creyó que me había ocurrido algo grave, pero lo que le dijeron era que habían tenido “overbooking” y que la intervención no podía realizarse hasta otro día. Al poco aparecieron “los tres” que sin presentarse me dijeron lo mismo, como cariacontecidos y que ya me volverían a avisar. Sin mas se fueron sin decirme fecha alguna. Aquello me pareció una falta de consideración y respeto al paciente, además de avanzada edad. Impropio de un sistema normal de atención a la ciudadanía enferma.

Durante unos días he estado con la idea de realizar una RECLAMACIÓN por todo lo sucedido en la Oficina de Atención al Paciente, pero ya que la atención parece no existir, quizá no lo haga.

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