“Ni machismo ni feminismo. No me gustan los extremos”.

“La violencia no tiene género”.

“Apoyo a las feministas, pero no a las feminazis”.

“¿Para cuándo un día del hombre?”.

Tras estos comentarios, que podrían sonar en cualquier comida familiar, podemos encontrar algunas de las bases centrales de la reacción antifeminista actual. Si bien estas ideas son la expresión de cierta disconformidad respecto al feminismo, a través de ellas podemos percatarnos de la existencia de un movimiento político y social reactivo con la búsqueda de la igualdad de género.

¿De dónde nace esta reacción? ¿Es la simple expresión de un sentir misógino que ha acompañado a la sociedad desde hace siglos o puede ser el síntoma de otros malestares que se alían contra las mujeres y el feminismo? ¿Nos encontramos frente a una versión actualizada del odio a las mujeres?

Autoras como Wendy Brown explican la reacción antifeminista de las sociedades contemporáneas como una respuesta hacia el impacto que las políticas neoliberales han tenido en las estructuras sociales tradicionales.

El declive económico de las últimas décadas, ahora acuciado por factores como la pandemia, ha hecho tambalearse la posición privilegiada del hombre blanco. Esto explica, como indica la autora, sucesos como la victoria de Trump en EE. UU. o el Brexit.

En el caso de EE. UU., Trump consiguió movilizar el resentimiento de clase y el rencor blanco pero, sobre todo, el rencor blanco masculino. Conectó con el orgullo malherido por perder una posición social de privilegio en el marco social, político y económico, producto de décadas de neoliberalismo y globalización.

En casos como el del contexto español también somos testigos de una respuesta antifeminista. La alianza de estas posiciones reactivas con las nuevas derechas resulta central, ya que es el espacio discursivo desde el que se lanzan a la sociedad.

Los “chiringuitos feminazis”

Estos discursos tienen como diana de sus ataques las políticas por la igualdad de género, en parte porque las consideran un malgasto público sostenido sobre la construcción de “chiringuitos feminazis” de la izquierda política. Desprecios, vejaciones e insultos hacia dirigentes feministas, políticas o simplemente hacia el movimiento feminista en sí mismo, se alían para crear un nuevo enemigo de Estado: el feminismo.

Y no es que las actitudes misóginas no existiesen anteriormente, sino que se están rearmando y tomando nuevas formas de expresión. Susanne Kaiser señala que las redes sociales han sido un caldo de cultivo para la divulgación del “odio hacia las mujeres”, sobre todo por la posibilidad que brindan de convertirnos en seres anónimos. El anonimato permite lanzar amenazas sin demasiada o ninguna repercusión.

Internet ha permitido a los ínceles (célibes involuntarios), los artistas del ligue y los fundamentalistas religiosos interconectarse, organizarse y construir espacios propios donde dar rienda suelta a sus frustraciones. Tienen en común el odio a las mujeres y la reacción ante una emergencia feminista que hace tambalearse los pilares patriarcales de la sociedad.

Lo que sí es nuevo en estos movimientos es la importancia que tiene el carácter misógino en la construcción de las identidades de dichos grupos. El concepto de ideología de género y la aversión hacia la diversidad no son componentes aislados, sino el núcleo central de estas posiciones sociales. Y sirven para actualizar o poner al día los valores de la extrema derecha, al tiempo que se convierten en la puerta de entrada a la misma.

No se trata de una reacción aislada y centrada solamente en lo que ellos consideran “los valores autoritarios de género”, se trata de un complejo entramado de discursos políticos y culturales relacionados con las leyes del “libre” mercado neoliberal.

Nacionalismo y masculinismo

De la asociación entre nacionalismo y masculinismo nace otro de los puntos clave de la ofensiva antifeminista: el “amor a la patria”, tan manoseado por las nuevas derechas, acaba convirtiéndose en odio hacia las feministas, que son concebidas como una amenaza hacia la nación.

Verónica Gago también apunta algunas de las acrobacias discursivas que estos movimientos llevan a cabo, por ejemplo, su recurso a la defensa de la libertad. Una libertad que en el fondo pretende retornar a un contexto donde las libertades son recortadas, sobre todo para las mujeres y otros grupos minorizados.

La posición de víctima se invierte, con lo que ahora son los hombres privilegiados (o que alguna vez lo fueron) las víctimas de un sistema que amenaza el mantenimiento de su posición. Ese sistema es aquel que “las feministas” quieren crear, un mundo de falsa igualdad, de “comunismo” que solamente busca acabar con los hombres. Desde la visión de las reacciones antifeministas, son ellas la amenaza real.

Estos grupos, algunos nuevos y otros ya muy viejos, tienen en común el anhelo de volver a una sociedad donde la supremacía masculina era la orden general. Pero también lo eran la supremacía blanca, la autoritaria y la cristiana.

El verdadero protagonista de la ofensiva antifeminista, ya sea en España, en EE. UU. o en otros países como Polonia o Brasil, es el neoliberalismo y su alianza con el conservadurismo.

La ofensiva contrafeminista busca volver al orden tradicional y al hogar heteronormativo, a una sociedad en la que cada familia lidia de forma aislada con la escasez y la deuda. El feminismo es solamente el chivo expiatorio de las nuevas derechas sobre el que recaen todas las frustraciones de una masculinidad herida.

Publicado originalmente en The Conversation.

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