«Bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres se cuestionen. Estos derechos nunca son adquiridos. Deberéis permanecer alerta durante toda vuestra vida”, esta frase de Simone de Beauvoir se ha dejado sentir con fuerza después de un año pandémico, en el que la criminalización del movimiento feminista ha sido la norma desde que el año pasado se declarase el estado de alarma y en el cual la crisis socioeconómica nos ha afectado profundamente a las mujeres.

El lema propuesto para este 8M sin duda era el idóneo para reflejar la situación que estamos viviendo: “Ante la emergencia social, el feminismo es esencial”.

Frente a una falta total de reconocimiento y en condiciones laborales precarias: limpiadoras, celadoras, cuidadoras o enfermeras, entre otras, se exponían en primera línea de combate; además las mujeres, profesionales o no, asumían más del 85% de los cuidados con el desgaste social, físico y psicológico que esto supone.

Invisibilizadas, aunque imprescindibles e imparables. Una vez más se manifiesta que si nosotras paramos se para el mundo.

Nos acercábamos al 8M con una mezcla de sentires propios a esta lucha: dolor, cansancio o rabia pero con la ilusión y alegría de sentir juntas un año más, de sentir un grito reivindicativo, global y callejero, de mostrar que en una red tan grande, unida y potente, los ataques patriarcales continuos se remiendan con trabajo y apoyo mutuo diario, acuerpándonos, sin tocarnos y con mascarilla, si así lo pensamos necesario para erradicar del modo más eficiente todas las violencias que nos atraviesan, en definitiva, afrontábamos la fecha resilientes y combativas.

Desde el movimiento feminista nos preparábamos durante los meses previos: creando protocolos de cuidados, apelando a la responsabilidad colectiva y personal, proponiendo soluciones de lo más creativas y diversas, multiplicando las opciones de participación y recordando que en las marchas nunca estamos todas las que somos.

Adaptándonos a las restricciones por Covid se planteaban desde la Comisión 8M de Madrid cuatro concentraciones de 499 mujeres en el centro de la ciudad distribuidas en 4 ejes temáticos: cuidados, servicios públicos y precariedad, violencias machistas, antirracismo y emergencia climática. A éstas se sumaban más de 20 actos en diversos barrios y pueblos de Madrid. Encuentros planeados con un cuidado escrupuloso en cuanto a las medidas sanitarias requeridas, presentando un movimiento que desde lo pequeño, popular y barrial cambia el mundo.

La madrugada del sábado recibimos la noticia, se confirmaba la prohibición ya apelada de todos estos encuentros y se producía la consiguiente desconvocatoria. Los feminismos eran atacados de nuevo. Sin embargo no podrían silenciarnos, se llamó a hacernos visibles en todo lo que sí nos dejaban hacer y a teñir plazas, calles y ventanas de morado, a no escondernos a causa de la injusta ofensa que recibíamos.

Las vecinas de La Prospe, entre el desconcierto y el saberse parte de una lucha que no se puede desconvocar, se preguntaban y decidían cómo actuar. La mañana del 8 se hacían eco del llamamiento y comenzaban a dejar sus huellas feministas en la Plaza. Desde primera hora encontraban en ella una estructura creada con cajas por las compañeras del colectivo Feministas Prospe donde se defendían los servicios públicos, exponiendo nuestro descontento ante el sucesivo desmantelamiento institucional de éstos. A lo largo de la mañana se hizo incuestionable la fuerza feminista, vimos huellas en forma de carteles que gritaban: “somos las voces que no podéis callar”, ”coños insumisos, coños libres”, “á(r)mate mujer, empieza la revolución”, “seguimos aquí”, “viva la lucha feminista” o “tu represión aviva mi lucha”. Y muchos otros símbolos u objetos que hacían de soporte a nuestros mensajes y reclamas vecinales, se hizo patente el derroche de creatividad e implicación de las mujeres del barrio: flores, lazos, globos, abanicos o envases morados, manualidades con forma de vulva y zapatos rojos.

Por supuesto, el mítico Nostrolito de La Prospe y la “Osa madrileña” fueron de los primeros símbolos en resignificarse con el color feminista. ¡Nos quedó una plaza bonita y protestona! Y conseguimos notar el calor de nuestras compañeras, lo que nos hace fuertes y anima a continuar con alegría y contundencia.

La necesidad de salir a la calle era más fuerte que la prohibición, no iban a callar a las que llevan sosteniendo siempre todo lo esencial, a las que ponen la vida en el centro a cada instante.

Pasado el mediodía comenzó a llover y retiramos algunas de estas huellas, no transcurrieron ni 30 minutos de esto, cuando algunas vecinas alertaban de cómo el odio destruía la decoración que quedaba en la plaza. Lo que no es de extrañar en unas jornadas en las que con el respaldo institucional de la extrema derecha se repetían las agresiones hacia las feministas.

Quizás esto fue detonante para movilizarnos más todavía y no someternos a la imposición de leer nuestro manifiesto en el interior de nuestras casas, desde las ventanas y balcones.
O seguramente hubiese ocurrido de todas formas, sabiendo que nuestras vidas están en juego, que nos están matando, agrediendo, culpabilizando, cada minuto cuenta para poder cambiarlo todo, cada rebelión antipatriarcal y desafío consciente son necesarios.
Finalmente, de forma espontánea las vecinas se encontraban en las calles alrededor de las 20h y aplaudían juntas. ¿Finalmente?

No, solo como final de este 8M DE 2021, PORQUE TODOS LOS DÍAS SON 8 DE MARZO.

Paloma Mora de Feministas Prospe

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