El cambio se produce de manera gradual, en sigilo aunque ruidosa, por el bombardeo de mensajes que primero se desprecian, después se popularizan y finalmente se generalizan

La moción de censura en Murcia por casos de corrupción ha terminado con el PP comprando a tres tránsfugas de Ciudadanos y regalando a Vox la Consejería de Educación para que impongan el pin neanderthal que ellos llaman «parental». La ultraderecha impedirá a los niños y niñas murcianos recibir formación en valores como la diversidad sexual o la igualdad de género. La enseñanza pública garantiza precisamente el derecho de los menores a tener una educación democrática más allá de sus familias. Vox ya había entrado en las instituciones, ahora también en las aulas. Lo siguiente es la invitación de Ayuso a entrar en el gobierno de Madrid.

Los talibanes van colonizando espacios paso a paso, se infiltran en el discurso y calan en las mentes. Hace sólo unos años daban risa sus desvaríos desfasados, hoy millones de españoles jalean a esta manada de misóginos, racistas, clasistas y homófobos. Vuelve la rancia retórica reaccionaria que creíamos desterrada después de siglos de represión católica y cuarenta años de franquismo. Como en Estados Unidos, Brasil o Hungría, la extrema derecha se ha normalizado. Ya no les da vergüenza mostrarse, al contrario, ahora lo cacarean. Ya no dan risa, dan miedo.

Una amiga me contaba asustada cómo gente diversa a la que sigue en redes ha pasado de posturas plurales y moderadas, a defender a estos extremistas con vehemente intolerancia. Todo se pega, también sus maneras. Los algoritmos que rigen las redes, los medios y los partidos están favoreciendo el regreso a ese fanatismo de aire fascistoide. Parece increíble que suceda después de las heridas que dejó el fascismo en España y en el mundo. La Historia se contagia pero no vacuna.

Lo que aterra es la pasmosa pasividad con la que nos deslizamos por esa peligrosa pendiente. Leía hace bien poco la novela gráfica Irmina, en la que la autora alemana Barbara Yelin cuenta, a través de la biografía de su abuela, cómo la sociedad germana acabó aceptando, acatando y en su mayoría, abrazando el nazismo.El cambio se produce de manera gradual, en sigilo aunque ruidosa, por el bombardeo de mensajes que primero se desprecian, después se popularizan y finalmente se generalizan. Por miedo a la autoridad y a quedarse fuera que termina convirtiéndose en convicción. No creo que se repita, pero sí que se replica con formas menos bélicas, más sutiles, más capitalistas, pero tan ultranacionalistas como antaño. Igual que no pretendo trivializar un pasado tan atroz, creo que no deberíamos banalizar la deriva antidemocrática que recorre el planeta.

Leía también al escritor Andrés Trapiello anunciar en tuiter de forma rotunda que no pensaba votar pero que Pablo Iglesias le había hecho cambiar de opinión para votar en su contra. Habrá que felicitar al Coletas por promover el voto, pero resulta inquietante que un intelectual caiga tan groseramente en la burda propaganda que ha convertido a Iglesias en el mismo demonio. No encuentro expropiación o nacionalización que explique tanta inquina en el escritor. Tampoco el tuit de Trapiello abominando del vulgar trumpismo de Ayuso y su alianza con Vox.

Así se normaliza la anomalía que significa dar entrada a la extrema derecha en las instituciones. A través del discurso. Se llama ‘golpe de Estado’ a un proceso plenamente democrático como es una moción y ‘juego político’ a la compra de diputados, al tiempo que se acepta que el pensamiento ultra, valga el oxímoron, fiscalice la educación pública. En Madrid, Ayuso desprecia a quienes lucharon por devolver la democracia y celebra a quienes quieren limitarla y lo hace en nombre de la ‘libertad’. Podemos, un partido a lo sumo reformista, que gobierna sin que se rompa España y defiende derechos básicos como la vivienda, es poco menos que el Anticristo, pero al neofranquismo se le invita a gobernar.

Llamar a esto democracia plena, a un sistema con cloacas políticas, mediáticas, policiales y judiciales, es tener un concepto muy estrecho de la democracia y hacerle el caldo gordo a la extrema derecha. Un día nos preguntarán cómo permitimos que llegara al poder un partido homófobo que niega la violencia contra las mujeres, ataca al feminismo, criminaliza a la inmigración pobre, señala entre ellos a los menores y quiere adoctrinar a los niños en la intolerancia y la desigualdad. Como Irmina, la abuela de Barbara Yelin, muchos no sabrán qué contestar.

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